Mons. Francesc Pardo y Artigas En nuestra época se constata un interés creciente por la espiritualidad. Pero si preguntásemos a las personas que pueden estar interesadas, ¿qué entienden por espiritualidad?, las respuestas serían muy diversas.
En un ambiente cristiano diríamos que se trata de la vida en el Espíritu, que acentúa la relación con Dios y el seguimiento de Jesucristo en la Iglesia.
En otras tradiciones religiosas las respuestas pueden variar según sus respectivos relatos fundamentales, o incluso puede ser que no tengan necesidad de espiritualidad alguna.
En entornos laicos y distantes del hecho religioso podrían respondernos que se trata de una búsqueda interior, de sentido, de bienestar, de serenidad, de paz…
El cristianismo y las tradiciones religiosas en general, han sido durante siglos generadores de espiritualidad, aunque no siempre lo hayan hecho empleando dicha expresión, ya que solía hablarse de piedad, de devoción, de religiosidad…
Desde finales del siglo XX, distintos movimientos y corrientes de pensamiento han contribuido al creciente interés por la espiritualidad, incluso al margen de cualquier religión. Las crisis sociales y personales, la globalización, el racionalismo o supremacía de la razón, el materialismo, la revolución tecnológica, el acercamiento a la cultura oriental y la no adhesión a ninguna religión, son algunas de la causas del interés por la búsqueda de una espiritualidad.
Los estudios sobre las personas y las religiones en les últimos años también han contribuido a la difusión de nuevos significados de la espiritualidad: la búsqueda de una religiosidad alternativa a las grandes religiones, la apropiación personal y la privatización de la religión obviando su dimensión más institucional, pública y cultural, el deseo de hallar sentido a la propia vida…
Hoy día podemos encontrar referencias a la espiritualidad en revistas del corazón, en conciertos de rock y de músicas alternativas, en programas de formación de líderes y directivos, en el arte, en el trabajo, en el turismo, en la afición a la naturaleza, en ciertos deportes, en iniciativas de autoestima…
De hecho, nos encontramos con muchas propuestas que van desde técnicas que en alguna medida ya constituyen una forma de espiritualidad en sí mismas ֫—el yoga, el mindfulness, ciertas prácticas de meditación, de auto conocimiento y crecimiento personal— hasta filosofías o teorías más generales.
La finalidad siempre es la misma: vivir mejor, ser más conscientes de la propia vida, tener una mayor serenidad, más bienestar, ayuda para cuidar de la salud, y también búsqueda de un sentido a la propia existencia y configurar la vida según unos valores determinados.
Por todo ello formulamos la pregunta que encabeza nuestra reflexión: ¿qué espiritualidad?
Al valorar lo que significa el interés por la búsqueda y la experiencia de una espiritualidad, hay que dejar claro que para nosotros la espiritualidad es la cristiana.
Nuestra espiritualidad se fundamenta en la presencia real y consciente del Espíritu Santo, del Espíritu de Jesús en la vida real de las personas, de las comunidades y de las instituciones.
De aquí que la espiritualidad cristiana esté centrada fundamentalmente en el seguimiento a Jesucristo, en la experiencia personal de nuestra relación con Él.
La espiritualidad de los cristianos se ha de orientar con el Evangelio teniéndolo como referencia, y muy especialmente en el sermón de la montaña con las bienaventuranzas.
Esta experiencia espiritual se fundamenta en la fe, orientada por la esperanza y verificada por medio del amor.
En definitiva, es una espiritualidad que nos da Vida para la vida real, la cotidiana, la que con frecuencia se llena de polvo porque se vive con los pies en el suelo, y que necesita del regalo que nos ofrece la vida cristiana.
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona