Mons. Agustí Cortés El gran compositor G. F. Händel había estrenado a sus 23 años en Roma un oratorio titulado “La Resurrezione”. Fue una composición que tenía un aire de ópera, aunque contenía diálogos interesantes entre personajes evangélicos. Uno percibe que aquello apenas era una obra “de encargo”, que no salía de la vida, ni brotaba del corazón. Otra cosa muy distinta fue la composición de “El Mesías” y el mensaje de resurrección que transmite. El escritor austríaco Stefan Zweig en su obra Momentos estelares de la humanidad. Catorce miniaturas históricas reunió y glosó hechos que, a su juicio, marcaban la historia de la humanidad: uno de ellos fue justamente la composición del “Mesías”. Según cuenta Zweig, Händel sufrió un ataque de apoplejía, que le dejó incapacitado para el ejercicio de su profesión y sumido por tanto en la desesperación. Pero a base de un gran esfuerzo de voluntad y unos baños en aguas termales, contra todo pronóstico, logró recuperarse. Eso fue interpretado por él como una gracia de Dios. Con el tiempo, sin embargo, las cosas le fueron mal: fracasos en su creación artística, pobreza, depresión, abatimiento: se sentía absurdamente abandonado del Dios que antes le había “curado”. Recibió entonces un libreto del poeta Charles Jennen con el encargo de musicalizar textos bíblicos: conforme fue leyendo aquella composición se sintió absolutamente seducido por su mensaje. Su entusiasmo fue tal que logró componer con aquel material el conocido y extraordinario oratorio en solo 24 días. De todos es conocida la belleza y la inspiración de esta obra, así como la enorme fuerza del su “Aleluya”, universalmente cantado y rezado como himno al Dios creador y redentor.
Este hecho ilustra algunos aspectos esenciales de nuestra experiencia pascual de la Resurrección de Jesucristo.
– Una cosa es “saber” sobre la Resurrección, pensarla, confesarla, predicarla o hacer de ella una creación artística y otra cosa bien distinta vivirla.
– Vivimos la Resurrección de Jesucristo en la medida en que antes hemos muerto con Él y como Él.
– Vivir la Resurrección de Jesucristo no consiste en sentir que recuperamos las fuerzas para llevar adelante nuestro proyecto, sino en abandonarse confiadamente al proyecto que Él tiene para nosotros, aunque en principio este proyecto permanezca en el claroscuro del misterio y casi siempre llegue a sorprendernos.
– La experiencia en nosotros de la Resurrección de Jesucristo siempre significará un crecimiento en humanidad, pues lo que resucita en nosotros es aquello más valioso, más divino y más humano que hay en nosotros.
– La Resurrección de Jesucristo en nosotros será siempre obra de su Espíritu, de su gracia. Pero la vida que sigue de ella no dejará de contar con nuestra libertad y nuestro esfuerzo.
Aunque tantas veces la hayamos confundido, la esperanza a la que nos abre la Resurrección de Jesucristo es bien distinta de las ilusiones y de las utopías que nacen de nuestra mente. Unas y otras no conviene que falten en nuestras vidas: denotan salud y buen estado psíquico. Pero, tanto la fuerza de la esperanza, como lo que cabe esperar desde ella, brotan de un corazón transfigurado por el Espíritu.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat