Mons. Agustí Cortés Conviene hacer dos breves anotaciones sobre la llamada a vivir una “Iglesia en desierto”. Primera, que proponer este programa, que incluye una aceptación de pérdida de bienes en sí mismos buenos (dones de Dios), puede desconcertar a muchos. Segunda, que ofrecemos aquí esta experiencia en el marco del camino cuaresmal, pero es tan importante y tan amplia, que merece ser tratada con referencia a toda una época histórica por la que atravesamos hoy en la Iglesia.
Nos trasladamos a Jerusalén en el año 737 antes de Cristo. El rey y el pueblo están temblando de pesimismo, derrotismo y miedo “como tiemblan los árboles del bosque cuando sopla el viento”. El motivo era que dos ejércitos, de Siria y Efraim, con sus reyes al frente, estaban asediando Jerusalén para conquistarla. El rey de Judá, Acaz, ya había intentado congraciarse con los pueblos vecinos mediante acuerdos políticos con los asirios y practicando ritos paganos, hasta el punto de sacrificar su propio hijo a los dioses. Pero el profeta Isaías recibe un mandato de Yahvé:
“Toma a tu hijo Sear-Yasub y ve a encontrarte con el rey Acaz en el extremo del canal del estanque superior, y dile:‘Ten cuidado, pero no te asustes… no tengas miedo ni te acobardes… si no tenéis una fe firme, tampoco quedaréis firmemente en pie.” (Is 7,1-9)
Después el profeta añadirá otro mensaje al rey de parte de Dios: la conocida promesa de un hijo que se llamará “Emmanuel” (Dios con nosotros).
Con esa facilidad que nos permite interpretar la Escritura actualizando su mensaje, dejémonos iluminar por el gesto y las palabras del profeta. No estamos lejos de aquel temblor de impotencia, pesimismo y miedo ante un futuro incierto y ante amenazas de fuerzas mucho más poderosas que las nuestras… Tampoco estamos lejos de haber buscado componendas para que nuestra existencia y nuestro mensaje sean fácilmente aceptados…
Isaías nos habla de parte de Dios mediante su mensaje y también a través del hijo que lleva de la mano.
Sus palabras se resumen en este conocido mensaje: “si no creéis firmemente no subsistiréis”. Creer firmemente en Dios, Señor de la historia, excluye otras apoyaturas en el sentido de buscar arreglos y complicidades con poderes o influencias sociales.
Su hijo, Sear-Yasub constituye todo un programa de vida. Su nombre significa “un resto volverá”, pero los comentaristas ven en él un triple mensaje:
– Primero, una amenaza: la conducta del rey y el pueblo, que siguen buscando éxitos fáciles y apoyaturas humanas, conduce a la destrucción;
– Segundo, una esperanza: puede producirse esta derrota sufriente, pero quedará un resto pobre;
– Tercero, una promesa: que este resto, salido de una purificación, será realmente fiel a Dios y constituirá “su verdadero pueblo”.
Reconocemos que esta manera de hablar es totalmente evangélica. Resuenan aquí las Bienaventuranzas. Una Iglesia en desierto es esto mismo: entrar, sin miedo al empobrecimiento o al fracaso, en el camino de purificación, de libertad, de cambio hacia la vida de fe en el Padre. Él, mediante Jesucristo y por el Espíritu, sigue sosteniendo nuestra historia, la de cada uno y la de toda la Iglesia.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat