Mons. Braulio Rodríguez El Hijo de Dios hecho hombre, a quien llamamos Jesucristo, nos ha visitado en su primera venida con su nacimiento en la verdad de nuestra carne: en la Navidad. Pero en su segundo y definitivo adviento (= venida) volverá para juzgarnos. ¿Qué sentimiento nace en nuestro interior ante esas dos venidas de Jesús, sobre todo aquella en la que seremos juzgados? ¿De sorpresa, de alegría, de temor? No podemos, en cualquier caso, quedarnos sólo con una rutinaria celebración de Navidad, que celebra todo el mundo por tradición, o porque se reúne la familia; y, si no fuera así, ¿qué hacer cuando todo el mundo celebra esta fiesta sin saber mucho qué celebra o por qué la celebra y lo normal es que la celebre “cansinamente”? Es triste que tantos cristianos no sepan qué celebramos en Navidad.
Pero la segunda venida del Señor, ¿está en el contenido de nuestra fe? Sin duda. Y mucha gente no lo sabe. Pero quien ama al Señor en la fiesta de Navidad sabe no puede por menos que esperarle lleno de gozo en su segunda venida. Recordemos las palabras de san Agustín: “Primero vino en la persona de sus predicadores, y llenó todo el orbe de la tierra. No pongamos resistencia a su primera venida (Navidad), y no temeremos la segunda” (Comentario al Salmo 95). Entonces, ¿todo se encierra en estas dos venidas? No hermanos, pues entre ambas venidas, Dios está también en medio de nosotros, en medio del mundo y de la historia, y continúa saliendo a nuestro encuentro en los acontecimientos de la vida ordinaria, mostrándose de mil modos.
¿Qué debe hacer, por tanto, el cristiano? Si queremos reconocer la venida de Cristo en medio de esta civilización tan adulta en poder, tan opulenta en tecnología y progreso, pero tan débil en su fragilidad moral, necesitamos hacernos niños pequeños y no perder la esperanza de encontrarle hasta decirle con nuestro ser: “¡Señor mío y Dios mío!” El consejo de san Agustín es que nos sirvamos de este mundo, pero no servir a este mundo. ¿Qué quiere decir esto? No se trata de “músicas celestiales”. Es importante la cuestión.
Digámoslo sin rodeos: que los que tienen bienes de este mundo han de vivir como si no tuvieran. ¿No es demasiado fuerte esta afirmación? No es demasiado fuerte; es la paradoja cristiana, por el apego nuestro a quedarnos en las cosas, en nuestros bienes y no amarlos desde Dios, con esa distancia que nos impide que seamos ambiciosos y ese mismo apego nos impide que los bienes de este mundo sean para nosotros fuente de gozo. Es un cambio de perspectiva muy interesante. Lean despacio en la primera Carta de san Pablo a los Corintios el capítulo 7, sobre todo los versículos 29-35.
Por eso, el que se ve libre de preocupaciones espera seguro la venida de su Señor. De lo contrario, ¿qué de amor a Cristo es el del que teme su segunda venida? No puede ser que digamos que le amamos y temamos su venida. Cierto: tenemos pecado, y por eso tememos encontrarnos con Él. En cualquier caso, Él vendrá, lo queramos o no. Vino la primera vez y vendrá de nuevo a juzgar a la tierra. Y ante el juicio que siempre nos asusta, lo mejor es hacer lo que Jesús nos dijo que hiciéramos con los demás, para escuchar de sus labios: “Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del Reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo”. ¿Esto es para todos? No, sólo los que han hecho obras de misericordia escucharán esas palabras de Cristo; y la razón es muy sencilla: “Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis agua” y lo que sigue.
He aquí un buen programa para preparar la Navidad. Tener en cuenta a los demás, a los que están a nuestro lado, sobre todo a los que sufren, pues en ellos encontramos a Cristo. Sin duda que para actuar como Jesús es preciso aceptar su fuerza y su gracia para vivir como Él vivió. Si aceptamos la venida del Salvador en Belén y le adoramos como nuestro Señor, ni el Espíritu Santo, ni Jesús Niño nos dejarán sin el amor del Padre y la intercesión de María, la Madre del que va a nacer.
+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo y Primado de España