Mons. Joan E. Vives La Iglesia quiere que el final del Año litúrgico que celebramos en este domingo sea un canto de gloria a Jesucristo, el Rey del universo, que recapitule todo el año litúrgico y la vivencia del Misterio pascual de Cristo, el Salvador de toda la humanidad. «¡Hosanna a Jesucristo!», clamamos sus seguidores el domingo de Ramos o de la Pasión. Hosanna significa «¡Ven a ayudarnos!», «¡Danos la salvación!». Era y es una oración de súplica y un clamor de alabanza a Dios. Lo proclamaron los niños de los hebreos y lo seguimos diciendo nosotros: suplicamos y alabamos al Rey del universo y de la historia, el que da la vida en rescate por todos los hombres y mujeres del mundo. Y fue ese grito de alabanza y de victoria el que acompañó y sostuvo la fe de muchos mártires en las persecuciones: ¡Viva Cristo Rey! Cantémoslo también hoy nosotros, con el conocido y antiquísimo canto de las «Laudes Regiae» de la liturgia papal, «Christus vincit…», dedicadas al Señor: «¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera, Cristo ayer y hoy, y por siempre!».
Este Jesús que vence, reina e impera, no nos equivoquemos, lo hace desde la Cruz. Con su humillación, ya que «se despojó de sí mismo, se humilló a sí mismo hecho obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz, y por eso Dios lo exaltó» (Fil 2,7.9). Este Jesús Rey nos dice: Ven conmigo, sígueme hasta dar tu vida como Yo, ama mucho, del todo; mi Padre no te abandonará jamás, ni que te llegara una gran cruz como la mía… No te asustes por las cruces que encontrarás. Yo he vencido el mundo. Después de Mi, quien muera con fe y confianza, vivirá; quien ame, no quedará olvidado; quien pida perdón, será siempre escuchado; para todos he ido a preparar una estancia eterna… Así nos quiere atraer Jesús Salvador a lo largo de todo el año, en la Eucaristía y en la vida cotidiana, en el servicio y en los gestos más insignificantes de amor. Todo esto recordamos con agradecimiento y acción de gracias en el domingo último del año litúrgico. Digámosle también nosotros, sin ocultarnos, con amor agradecido: ¡Hosanna, Señor! ¡Gracias por tu muerte redentora! ¡Acuérdate de nosotros, sálvanos y danos vida para siempre!
Todos nuestros sufrimientos Jesús los hace suyos, y los llena de luz y de sentido: sufrir con amor, es vencer. E ir dando la propia vida por amor, es reinar, es vivirla de verdad. Servir será reinar. Quizás estas verdades chocan con la manera de ver las cosas que bastantes tienen, ahogados en una nueva mentalidad pagana, donde cuentan poco las personas y mucho en cambio el tener y el individualismo. ¡Reaccionemos! No podemos plegarnos a una vida sin fe y sin amor, olvidadizos de Dios y del próximo. Necesitamos «acoger el Reino de Dios», «entrar en este Reino», que ya está entre nosotros…
Hoy el Señor nos atrae, de nuevo, hacia una gran lección: la de su amor hasta el extremo. Y un amor que durará siempre, que es eterno y que hará justicia a los pobres y los que en este mundo han sufrido las injusticias. Una lección que sólo se aprende y se va entendiendo, en la medida en que se practica. Nadie como Jesucristo no nos ha amado nunca tanto, sin condiciones, rehaciéndonos de nuestras heridas y pecados, abriendo para nosotros el camino de la esperanza y de la vida. Y sabemos que sólo desde Cristo, el hombre nuevo, se esclarece el misterio de la persona y se ilumina el enigma del dolor y de la muerte (cf. GS 22).
+ Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell