Mons. César Franco Fiel a su trayectoria pastoral, el Papa Francisco ha convocado a toda la Iglesia a la primera Jornada Mundial de los Pobres para que todas las comunidades cristianas «se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados», según dice el mensaje que ha hecho público y que deseo glosar en este comentario. Ya anunció esta iniciativa al concluir el año jubilar de la Misericordia, como una forma de mantener vivo el espíritu que lo animó.
Bajo el lema «no amemos de palabra sino con obras», el Papa recuerda que el servicio de los pobres es «uno de los primeros signos con los que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo». La preocupación por los pobres no debe reducirse, según Francisco, a «una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana» o «gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia». Debe ser una acción estable que favorezca un verdadero encuentro con los pobres y un compartir que se convierta en estilo de vida, de forma que lleguemos a experimentar que tocamos la carne de Cristo: «Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía».
La pobreza, afirma el Papa, es ante todo «una vocación para seguir a Jesús pobre». Consiste en una actitud del corazón que nos impide «considerar el dinero, la carrera, el lujo, como objetivo de vida y condición para la felicidad». La comunidad cristiana debe tomar conciencia de los grandes desafíos que plantean las diversas formas de pobreza, marginación, violencia y descubrir en el rostros de los pobres, tan variados como sus múltiples circunstancias, la huella que deja en ellos la injusticia social, la miseria y «la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana».
El Papa pide a los obispos, sacerdotes, diáconos, a las personas consagradas, asociaciones y movimientos, y al amplio mundo del voluntariado que nos comprometamos para que con esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que ayude a evangelizar nuestra sociedad. Para ello, ha invitado en esta previa semana al 19 de Noviembre a realizar encuentros de amistad, de solidaridad y ayuda concreta. Más directamente, exhorta a acercarse a los pobres que viven en nuestro entorno y proponerles sentarse en nuestra mesa «como invitados de honor» para vivir juntos la providencia del Padre celestial. El fundamento de estas u otras iniciativas —dice el Papa— sólo puede ser la oración, sin olvidar que «el Padre nuestro es la oración de los pobres», oración que recitamos en plural expresando así nuestra comunión y responsabilidad común.
Demos gracias a Dios por esta nueva Jornada mundial y demos gracias de modo especial por los que viven la pobreza como una vocación en la que el amor de Dios y al prójimo se vive de modo inseparable, a imitación de Cristo que vino para enriquecernos con su pobreza. Así lo hace el Papa en estas hermosas palabras: «Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas la manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin “peros” ni “condiciones”: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios».
+ César Franco Martínez
Obispo de Segovia