Mons. Francisco Cerro Son muchos los momentos en nuestra vida en que nos encontramos con la dura realidad de la muerte, como dice el Prefacio de difuntos: “Aunque la certeza de morir nos entristece nos consuela la promesa de la futura inmortalidad”.
Hace unos días me enviaron, adaptado, este texto de San Agustín, una amistad que había perdido a su querida hermana:
Si tú conocieras el don de Dios y lo que es el cielo.
Si tú pudieras, desde aquí, escuchar el canto de los ángeles,
y verme entre ellos.
Si tú pudieras ver con tus ojos los horizontes,
y los campos eternos,las nuevas sensaciones sobre las que yo camino.
Si por un momento pudieras contemplar,
como yo,
la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen…
Pues tú, que me has querido como hermano desde la distancia,
con los ojos de las sombras,
¿cómo no me quieres en el país de las realidades?
Créeme, cuando la muerte venga a cortarlas ligaduras,como ha cortado las que nos encadenaban como hermanos,
y cuando un día, que Dios conoce y que ha fijado,tu alma venga al cielo donde yo estoy,
ese día me volverás a ver y volverás a encontrarme con todos nuestros hermanos,transfigurado en el éxtasis y la felicidad;no ya esperando la muerte.
Y sí, avanzando de instante en instante contigo,
con los sentimientos nuevos de la Luz y de la Vida.
Seca tus lágrimas y no llores más. Si me quieres.
Solo la fe, la certeza de que Cristo Vivo y Resucitado en su Misericordia infinita acoge a nuestros seres queridos, nos consuela, porque es verdad, aún en medio de la separación y del dolor, la muerte siempre nos interroga.
Es verdad que la muerte para un cristiano no puede ser decirle a los seres queridos: “Hasta nunca, no te volveré a ver jamás, tú que has sido tan clave e importante en mi vida, nuestra amistad no tendrá continuidad, porque todo se acaba aquí y porque no sabemos nada del más allá”. ¿Cómo que no sabemos nada? Jesús nos lo ha repetido: Yo soy la resurrección y la vida y el que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá (Cfr. Jn 11). Si todo se termina con la muerte, si nos espera lo más absoluto de la nada, si después de esta vida, por cierto, bastante injusta siempre, no existe un Corazón, un lugar donde se nos acoge, se nos enjuguen las lágrimas y se nos dé el abrazo a tantos sufrimientos padecidos, entonces sí podemos rebelarnos sin esperanza, porque esta vida se nos ha dado sin contar con nosotros y no
tenemos las reglas de conducir una vida que sin Dios es absurda.
Sabemos que la muerte no es el final del camino, que nos espera Él y los seres queridos en la otra orilla. Que existe un lugar, un Corazón abierto donde se puede, ya sin preocupaciones, vivir en la ternura y el gozo, la alegría que nunca se acaba,
porque Dios es Amor y su amor nos ha preparado una estancia en el cielo.
† Francisco Cerro Chaves,
Obispo de Coria-Cáceres