Mons. Celso Morga Queridos fieles, Entramos en el segundo año de nuestro Plan Pastoral Diocesano. Os he hablado, en mis cartas anteriores, de esos objetivos “trasversales”, “permanentes” al Plan Diocesano como son la pastoral vocacional al ministerio sacerdotal, prioritario para todos, especialmente para los sacerdotes, y la pastoral matrimonial y familiar. La última carta estuvo dedicada al ejercicio de la caridad, mandamiento del mismo Señor: “amaos como yo os amé” (Jn 15,12), eje de toda nuestra actividad como cristianos y, por tanto, de toda nuestra pastoral diocesana, sobre todo a través de Cáritas diocesana y de las Cáritas parroquiales.
Hoy ya quisiera recordaros los objetivos y las acciones concretas que nos hemos propuesto en este segundo año del Plan: el anuncio de la Palabra de Dios. El objetivo general para todo el año es “salir al encuentro de aquellos que no han recibido el anuncio de Cristo, de los que viven indiferentes a la fe, de los que están alejados de la vida de la Iglesia y de aquellos que viven el Evangelio de una forma rutinaria”. Este objetivo nos interpela, en primer lugar, personalmente. Hagamos examen de conciencia sincero: yo, que he recibido el anuncio de Cristo desde hace tanto tiempo, ¿lo vivo de forma rutinaria?, hay en mi vida rasgos de indiferencia hacia la Palabra de Dios?, ¿me fio plenamente de esa Palabra y es, de verdad,de verdad, la guía concreta y la luz de mis pensamientos y de mis actos?
Pero también este objetivo general nos lleva a pensar en nuestras hermanas y
hermanos que forman parte de esta Iglesia particular de Mérida-Badajoz por el bautismo y la confirmación y que viven indiferentes o alejados de la vida de la Iglesia. Se trata de movilizarnos para que a través de acciones concretas de evangelización logremos, durante este curso, un conocimiento, un acercamiento hacia Jesús y su Iglesia concreta que peregrina aquí en Extremadura. Recemos y pensemos. Cuánto podemos hacer! No nos dejemos llevar de la apatía, del desanimo, del conformismo. Intentemos ser creativos y audaces. Nos lo pide el mismo Señor. Nos lo está pidiendo la Iglesia, nuestra Madre, a través de los últimos papas, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora el Papa Francisco. Son ya muchos papas que nos están insistiendo en lo mismo. Para muchos estudiosos, el mejor regalo que nos ha dejado el Concilio Vaticano II es la
conciencia de nuestro bautismo, que nos llama a la santidad y a la misión, como obra de todos los bautizados. San Lucas, autor de “Los Hechos de los Apóstoles”, al narrarnos la actividad apostólica de san Pablo en Éfeso, se alegra enormemente
de que «la Palabra del Señor crecía y se difundía poderosamente” (Hch 19, 20)
y eso que Éfeso era una ciudad llena de prácticas de magia y de dificultades que se oponían a esta difusión. Ante el ejemplo de Pablo y de los primeros cristianos no tenemos excusas.
Las dificultades de hoy no son ni más potentes ni más insidiosas que las de entonces. Hoy tenemos el objetivo claro para todo el curso: anunciar, con todos
los medios posibles, a nivel personal y de parroquia o de comunidad, el “Kerigma”:
Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación.
+ Celso Morga
Arzobispo de Mérida-Badajoz