Mons. Francesc Pardo i Artigas Se ha iniciado el nuevo curso escolar con todas las ofertes educativas, desde las académicas para todo tipo de estudios y de reciclajes hasta las deportivas y las del tiempo libre.
Este hecho, que se presenta durante los meses de septiembre y octubre, me ha hecho reflexionar sobre la educación, su necesidad y orientación.
No podemos limitar la necesidad educativa a los años de infancia, adolescencia y juventud, se trata de una necesidad para toda la vida.
Ciertamente, ha de tratarse más intensamente en la primera etapa de la vida, pero la necesidad educativa o de formación es permanente.
La educación es inherente a la condición humana. Para desarrollarse plenamente, los seres humanos necesitan, más allá de lo que reciben por herencia, una intervención exterior —ya sea de personas concretas y de la sociedad en general—. Es lo que denominamos educación. Por ello la entendemos como un proceso por el cual toda persona se forma y convierte como tal, en toda su acepción. Educarla es ayudarla en su crecimiento, para que sea capaz de desarrollar todas sus potencialidades, así como de asumir opciones adultas y libres.
Debemos entender que la educación se propone humanizar, personalizar y socializar para hacer posible vivir con sentido, plenitud y de forma autónoma.
De tal concepto se desprende que:
– Educar es intervenir —con respeto, desde el propio convencimiento, con actitudes personales, proponiendo— para que el niño o el joven opte en libertad por todo aquello que le ayude a ser más persona.
– La educación es relación: entre iguales y entre educador y educandos. En este acto dinámico se descubre la comunicación como fuente de conocimiento propio y como intervención sobre los demás. Se descubre la importancia del otro y de la comunidad. Con el aprendizaje de la competencia social se integran los elementos personales, sociales y culturales. La persona descubre la dimensión moral.
– La educación ha de ser integral, porque la persona ha de crecer en todas sus dimensiones: vital, corporal, afectiva, intelectual, social, ecológica, moral, trascendente, religiosa y espiritual. Toda la persona ha de crecer de forma harmónica y equilibrada.
– La educación ha de ser activa, a partir de los intereses, capacidades y necesidades de quien se educa, que se convierte en protagonista de su propia educación. Es así como la autonomía y la iniciativa personal se cultivan con el objetivo de formar la persona, descubriendo su identidad, apertura a lo fundamental y sentido último de la vida.
– La educación ha de ser transformadora y liberadora. Para educar partimos del conocimiento y de la interacción con el medio que nos rodea. La educación ha de contribuir a transformar y mejorar, al mismo tiempo, la persona y el entorno social, requisito esencial para la realización humana. En consecuencia, hay que educar la reflexión, la conciencia crítica, la responsabilidad ante las propias acciones, y el compromiso personal y colectivo.
Como obispo, pienso la propuesta en y desde la Iglesia.
Encontrar y descubrir a Jesucristo llena de sentido la labor educativa dándole su dimensión más profunda. En el Evangelio, encontramos los valores en los que se inspira el modelo humano y social a partir del cual vamos configurando finalidades y objetivos.
A la hora de valorar la realidad, de rehacer profundamente nuestro proyecto, de planificar, ejecutar y revisar la tarea educativa, tomamos como referencia la persona de Jesús y su evangelio.
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona