Mons. Enrique Benavent En el marco del año jubilar mariano que estamos celebrando en nuestra diócesis, al comienzo del mes de octubre, que en la tradición de la Iglesia latina ha estado dedicado a la devoción del santo rosario, os quisiera proponer una breve reflexión sobre la importancia de esta forma de oración para la vida de la Iglesia.
Actualmente estamos viviendo un momento de dificultades en la transmisión de la fe. Éstas se experimentan tanto en el seno de las familias como de las comunidades cristianas. Es importante que tengamos presente que, a diferencia de otras épocas, el hecho de haber nacido en una familia cristiana no asegura una continuidad en la vivencia de la fe. Hoy ésta ya no se transmite por herencia, por lo que las familias cristianas han de pensar que la primera vivencia de la fe, con lo que ello implica de iniciación a la oración, se debe vivir dentro de casa. Tal vez una de las causas del poco éxito de muchos padres en la transmisión de la fe a los hijos es que, aunque ciertamente se han preocupado de que la vivan en la parroquia, en el colegio o en los grupos juveniles, se han abandonado los momentos de oración en familia. La oración del rosario ha sido un instrumento que ha ayudado a las familias a vivir y mantenerse unidas en la fe, y que ha facilitado que ésta se transmita de generación en generación. Una comunión de fe que ha mantenido también a las familias más unidas. En este momento de dispersión por la presencia invasora de las nuevas tecnologías, que invaden la vida familiar y potencian la incomunicación entre sus miembros, la plegaria en común ayuda también a una mayor cohesión entre ellos.
En la historia de la espiritualidad cristiana han existido muchos maestros de oración que han recomendado la repetición de una breve jaculatoria como método para interiorizar unos sentimientos o para vivir en unión con Dios. La oración no es más auténtica cuando más palabras se utilizan, sino cuando con más autenticidad se vive desde el corazón. Esta característica está también presente en el rezo del Rosario. La repetición del saludo del ángel y de las palabras que le dirigió Elisabeth a María en el momento de la visitación, cuando se hace desde el corazón, provoca en nosotros un afecto a la Madre del Señor, porque nos introduce en la grandeza del misterio de su persona. Cuando alguien ama a otra persona no se conforma con decírselo una vez, sino que encuentra su alegría en expresarle ese amor. La repetición ayuda a la interiorización y a crecer en el afecto.
La meditación de los misterios del santo Rosario, que son fundamentalmente acontecimientos de la vida del Señor, nos introduce también en el misterio de Cristo despertando en nosotros el deseo de seguirle como auténticos discípulos suyos. Sabemos que la mejor discípula del Señor ha sido su madre. Rezar el rosario significa dejarse acompañar por María en el seguimiento del Señor. Quien se deja guiar por ella no se pierde en el camino.
Que María nos alcance a todos la bendición de Dios.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa