Mons. Francesc Pardo i Artigas Tengo el propósito de actualizar, durante unas semanas, las parábolas del sembrador, que estos domingos proclamaremos en todas las Misas. Para captar la reflexión conviene recordar las parábolas.
Cada página del evangelio ha de leerse desde una doble perspectiva: la situación en los tiempos de Cristo y su actualización en el nuestro.
Las parábolas, en primer lugar, se refieren al sembrador, a su trabajo, a sus actitudes, a la semilla, al terreno donde debe sembrarse. En un segundo momento recogen sentencias de Jesús en relación con la fe y la incredulidad, Finalmente, se pone el acento en las actitudes de quienes recibimos la semilla.
El sembrador es la fotografía del propio Jesús y de su experiencia. Sirviéndose de una figura familiar, nos habla de su misión y al mismo tiempo de experiencia que tiene en esta tarea. Recordemos que, sembrando la semilla del evangelio, Jesús ha tenido éxito entre los pequeños y sencillos, y ha fracasado con los poderosos, los sabios y los dirigentes de su pueblo.
Leo las parábolas como revisión que hace Jesús de su misión y, sobretodo, como respuesta a unas preguntas que con frecuencia nos formulamos.
– Si la semilla es buena, si la semilla del Evangelio, es buena, ¿por qué no es muy escuchada y aceptada, y porqué al mismo tiempo nos encontramos con frutos buenos y malos (trigo y cizaña)?
– ¿Cuáles han de ser las actitudes del Sembrador y de los sembradores?
– ¿En qué terrenos hay que sembrar hoy? ¿En qué situaciones a experiencias humanas debemos sembrar el Evangelio, y como hacerlo?
– ¿En qué situaciones hay que vivir para la semilla cuaje y de fruto?
Una constatación:
Hemos finalizado un curso pastoral, escolar… y a buen seguro que todos hemos hecho una revisión o una valoración. Con frecuencia, por los comentarios, se aprecia una sensación de malestar, de fracaso, de trabajo inútil. Muchos de nosotros —también sembradores de la semilla del Evangelio, ya sea como padres, abuelos, catequistas, animadores de juventud, educadores, religiosos, sacerdotes…— estamos desconcertados, porque nos hemos esforzado por sembrar la buena semilla y aparentemente parece que muchas de las semillas se han perdido completamente. Los constatamos con los niños, jóvenes, con muchas personas que acuden a la iglesia por hechos puntuales; pero también lo constatamos con nosotros mismos. La semilla evangélica no crece al ritmo deseado, no da el fruto que querríamos.
Pensemos pues, en las actitudes que tenemos quienes escuchamos la Palabra y en los obstáculos y las distracciones que, según el propio Jesús, impiden que de fruto.
– No entender la Palabra, es decir, no hacer el menor esfuerzo para entenderla.
– Las dificultades o las persecuciones, que hoy y aquí consisten en el miedo a ser señalados, de hacer el ridículo al actuar, de ser considerados “reaccionarios” o “de derechas”.
– Las seducciones del mundo actual y de la riqueza. Tener como únicas finalidades de la vida el máximo beneficio, el máximo placer por encima de todo, el culto al propio yo.
Ante la constatación de la realidad, de los resultados, es fácil caer en la tentación del pesimismo: es inútil sembrar; o dediquémonos tan solo a unos pocos escogidos y privilegiados que, pensamos que darán fruto rápidamente; o esperemos tiempos mejores.
Y Jesús, con su enseñanza, no dice que nada de eso. Que el trabajo del sembrador ha de ser abundante, sin medida, sin distinciones, sin valorar previamente el terreno donde esparcir la semilla, con paciencia.
Y debemos también continuar sembrando en verano y convertirnos en tierra buena.
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona