Mons. Agustí Cortés Renovamos nuestra voluntad de ser libres, sinceros y decididos, injertados en un ambiente que vive de frases, gestos, formas e imágenes sin fundamento ni sentido.
Así pues, no imitamos a quienes nos felicitan diciendo “Felices fiestas” y reiteramos nuestra felicitación deseando “Feliz Navidad”.
Porque siempre está bien que nos felicitemos, pero una felicitación especial, se ha de expresar mediante el motivo que la justifica.
Estaría bien que se leyeran estas líneas con la mirada puesta en la imagen que este año nos sirve en la Diócesis como tarjeta de felicitación. Con ella y nuestras breves palabras expresamos lo que vivimos y deseamos comunicar con afecto y humildad
Miramos nuestras viñas y no podemos evitar el recuerdo de las palabras de Jesús, que el curso pasado meditamos especialmente: “permaneced en mi amor, como el sarmiento que da fruto permanece en la vid… amaos unos a otros como yo os he amado”. Jesús al usar en su predicación la imagen de la viña, sabía bien cuándo y por qué una vid estaba frondosa y fecunda y cuándo no. Estaba seguro, además, de que sus oyentes entendían que hablaba de ellos, de cada uno y del Pueblo de Israel.
La imagen de unas vides en pleno otoño puede ser reflejo de una Iglesia que, en el viejo continente europeo, se siente a sí misma como viniendo de un tiempo de frondosidad y abundancia y caminando hacia una sequedad creciente. Podría ser la fotografía de los sentimientos de muchos que así lo expresan. ¿Vivimos en una Iglesia “otoñal”? Según unos sí, pues en nuestro recuerdo está una Iglesia próspera en número y calidad. Según otros no, porque la situación presente no es más que un paso necesario y purificador hacia una primavera…
Dejamos esas consideraciones para los profetas. Hoy sabemos con certeza que esa viña florecerá y dará abundante fruto si todos los sarmientos se mantienen bien unidos a Jesucristo, vinculados a la sabia de su amor, y si esos sarmientos, con esa misma sabia, se aman unos a otros.
En medio de esa viña otoñal se ha plantado una vid de primavera: la familia de Jesús, con María y José. No ha aparecido en un mundo aparte, sino en medio de nuestra viña, tal como es y tal como está. Es vid de primavera porque, ella sí, ha sido plantada por el mismo amor de Dios y vive absolutamente de él. Es comunión perfecta de vida y de amor, familia llamada a ser prototipo de toda la Iglesia, germen de un Pueblo y familia inmensa.
María y José rezuman paz, en su sencillez y su humildad orante. No puede ser de otra manera, porque están para y por Jesús, que ocupa el centro de nuestra mirada.
Aquí está el presente y el futuro soñado de nuestra Iglesia. Dispuestos a felicitar, no tenemos otros deseos que
– Sea cual sea tu visión del presente, no olvides que aquel germen de primavera ya nació para ti y para todos nosotros.
– Los dones se han de recibir, por eso no dejes de soñar con tu renacimiento: estás llamado a gozar de la comunión en esa familia.
– Disponte a andar el camino de volverte a vincular a Él y a los hermanos con su mismo amor.
Se dijo para todos: “Bienaventurados vosotros, los pobres en espíritu y los de limpio corazón, porque veréis a Dios”.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat