Mons. Salvador Giménez La fiesta de la Inmaculada es muy celebrada por los cristianos. Para muchos de ellos resulta entrañable y, según un criterio aceptado de forma más o menos inconsciente, parece que es el día más importante para festejar a la Virgen María.
Conforme a una tradición que nos lleva a nuestros recuerdos infantiles, da la impresión de que el día 8 de diciembre tiene una referencia central en las fiestas de la Madre de Dios. Y no es así del todo.
A lo largo del año hacemos referencia varias veces a esta mujer singular que tiene un lugar esencial en la historia de la salvación. Os lo recordaba en la glosa del pasado día 2 de octubre con motivo del anuncio de la fiesta de la Patrona de Lleida; sintetizaba su historia de patronazgo, os invitaba a participar de los actos que organizaba la Junta de la Academia Mariana y os proponía unas sugerencias para vuestra oración.
Ahora me siento de nuevo impulsado a escribir sobre la Virgen María teniendo como base el sentido dado a las palabras “inmaculada” o “purísima” dirigidas a ella y con aplicación a nuestra propia vida. Sin mácula o borrón o pecado; muy limpia o muy pura. En grado superlativo en un sentido, por carencia, o en otro, por acumulación infinita.
Además de contemplar y admirar las excelencias de María, sus hijos debemos dar un paso más en la vida cristiana. El anhelo por imitarla tendría que ser una constante en los cristianos. En el caso concreto de la transparencia interna debería ser un reto ahora mismo en nuestra sociedad en la que tanto se ha hablado de suciedades y corrupciones. Se ha pasado de la sorpresa inicial ante un caso de corrupción a un sinfín de casos que nos ha dejado cansados y escandalizados. Necesitamos recomponer nuestra vida social apelando a lo más noble que hay en el interior del ser humano y denunciando todo aquello que lo envilece y deja arrastrar por el fango su propia dignidad de persona que no busca más que su enriquecimiento a costa de los demás. Que olvida su altura de miras para aprovecharse de lo la sociedad ha puesto en sus manos para servicio de todos.
La coherencia de la vida con la fe nos encamina a pedirle a la Virgen que seamos puros, que tengamos limpieza de corazón, que olvidemos la doblez en nuestros sentimientos, que tengamos claridad y transparencia en todos nuestros actos.
A lo largo de la historia muchos escritores, narradores, ensayistas o poetas, han cantado admirablemente esa cualidad de la Virgen María. A ellos se suma la delicadeza que muestra la última ganadora de la Flor Natural del certamen literario de la Academia Mariana cuya lectura entusiasmó a todos los presentes. Su autora se llama Mª Asunción Cornadó y el poema terminaba con estas hermosas palabras: «Maria de Natzaret, Mare de Déu, Plena de gràcia / A Tu et miro i et prego, Noia del poble / i amb Tu. Noia de gràcia divina em vull emmirallar / I per aixó, si-us-plau, us demano … No m’ho poseu tan lluny!»
+Salvador Giménez,
Obispo de Lleida