Mons. Jaume Pujol Inmaculada Concepción, advocación que celebraremos en los próximos días. Es una capilla barroca de finales del siglo XVII en la que participaron los mejores artistas del momento: los escultores, los que trabajaron la madera policromada, los que cortaron el mármol, los pintores murales, quienes hicieron las vidrieras, la reja…
Si para honrar a la Virgen cada uno aportó lo mejor que sabía, algo así pienso que sucedió para que Dios concediera a aquella joven de Nazaret todas las gracias posibles. En su omnipotencia, ¿cómo no querer adornar a la Madre con las mayores perfecciones? El mensaje del arcángel lo confirma: «Llena eres de gracia…».
En efecto, los teólogos que han profundizado en la Inmaculada Concepción coinciden en que el principal motivo de que María fuera concebida sin siquiera la mancha del pecado original fue en razón de su maternidad divina.
El pueblo se adelantó a los teólogos. El sentir popular fue desde los primeros siglos que la Virgen fue inmaculada, si bien la definición dogmática no llegó hasta el día 8 de diciembre de 1854, cuando el Papa Pío IX, rodeado de 54 arzobispos, 92 obispos, 43 cardenales y de una multitud de pueblo, definía el gran privilegio de la Virgen con estas palabras:
«La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su Concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo mismo debe creerse firme y constantemente por todos los fieles».
A María se le ha llamado la nueva Eva. En las actas del martirio de San Andrés, apóstol, se leen estas palabras que el santo dirigió al procónsul: «Y puesto que de tierra fue formado el primer hombre, quien por la prevaricación del árbol viejo trajo al mundo la muerte, fue necesario que, de una virgen Inmaculada, naciera hombre perfecto el Hijo de Dios, para que restituyera la vida eterna que por Adán perdieron los hombres».
Resulta lógico que el arte haya exaltado a la Virgen como la criatura más bella que pueda ser llamada a la existencia. Murillo pintó una veintena de cuadros de María Inmaculada, y quienes no somos artistas la representamos en nuestra imaginación como la mujer perfecta, la Madre de Dios y madre nuestra. A ella nos encomendamos.
+ Jaume Pujol Bacells
Arzobispo de Tarragona y primado