Mons. Salvador Giménez Me gustaría con estas líneas ser el primer anunciador para todos vosotros del Nacimiento de Jesús. Queda en un deseo más o menos inocente porque, como ocurre cada año, los establecimientos comerciales se adelantan y nos dicen que el tiempo de la Navidad está al caer.
Nos lo comunican con luces y música, preparan anaqueles y escaparates, buscan atraer las miradas y la atención de los posibles clientes. Es la lógica de la compra-venta, del consumo y del ruido exterior. Y para esa dinámica dedican tiempo y dedicación. El interés comercial tiene sus reglas de juego.
Los cristianos queremos participar de la Navidad expresando la alegría de sabernos muy cerca del Niño-Dios que se incorpora a la vida de la humanidad y acompaña los pasos de todos en los gozos y en los sufrimientos, en los éxitos y en las dificultades. En todo momento y en cualquier circunstancia. Esta venida de Jesucristo nos alegra y al mismo tiempo nos compromete en un cambio interior que nos permita pensar, decir y actuar al ritmo que Él nos ha marcado en su vida.
Para aceptar el compromiso necesitamos una preparación adecuada; necesitamos un tiempo conveniente, necesitamos unos espacios apropiados. Y todo ello se concentra en el ADVIENTO, conjunto de cuatro semanas que la Iglesia nos propone para nuestra consideración. Nos invita a una preparación interior auténtica resaltando unas actitudes vitales y unas virtudes que nos ayuden a vivir con mayor autenticidad nuestra fe; nos recuerda nuestra participación en los sacramentos que nos fortalece y nos anima en un mayor grado a identificarnos con Cristo; nos ofrece unas lecturas bíblicas que nos guían e iluminan nuestro camino; nos invita a profundizar y a colaborar con mayor intensidad en nuestras relaciones comunitarias, en la familia, en la calle y, sobre todo, en el templo donde nos reunimos la familia cristiana para la plegaria y la búsqueda de la fraternidad.
Conviene que dicha preparación tenga dos núcleos para la actuación de todo cristiano: la austeridad en el modo utilizar los bienes que el Señor ha dispuesto para cada uno y la esperanza como virtud teologal. Esta última la escucharéis muchas veces durante estos días en los textos bíblicos proclamados en la liturgia y que es el modo básico de aceptar a Jesús como cumplimiento y culminación de las promesas del Padre Dios.
Un pequeño detalle respecto a la austeridad. Algunos consumimos mucho y nos gusta acceder a cuanto el comercio nos ofrece. A nuestro lado vive mucha gente a la que le falta lo básico para poder vivir. Como podéis comprender no sugiero esta actitud de la austeridad para alimentar el propio ahorro o para fomentar la tacañería. Ser austero implica no consumir para compartir con el hermano, para ofrecer no lo que nos sobra sino aquello que a los demás les falta. Demasiadas carencias, excesiva miseria en nuestro mundo actual, como para acentuar el egoísmo y gastar sin medida. Desgraciadamente el tiempo navideño provoca en muchas familias un alto nivel de consumo; afortunadamente el tiempo de Adviento nos ayuda a cambiar ese mismo proceder y a procurar una preparación intensa tanto desde un punto de vista interno como el externo.
Por no hablar de la esperanza, tan fundamental en la vida cristiana. Pedid a Dios que os aumente y que todo nosotros seamos portadores de la esperanza que anunciaron los profetas en ese largo adviento que es el Antiguo Testamento como preparación de la venida del Mesías.
Meditad y haced vuestro algún texto del profeta Isaías. También recordad que durante el año que empieza tendremos como referencia el evangelio de San Mateo. Meditad también este texto.
+Salvador Giménez,
Obispo de Lleida