Mons. Ricardo Bláquez Hace unos meses clausuramos con una extraordinaria participación en la fiesta del Corpus Christi el Congreso Eucarístico Diocesano; entonces dijimos que el final se convertía en un nuevo comienzo que hemos emprendido en el presente curso pastoral. Deseamos vivir y mostrar que la Iglesia es el Pueblo del Domingo, de la Eucaristía y de la Caridad.
Pues bien, hoy quiero que dirijamos nuestra atención al nuevo Misal Romano, que en su tercera edición oficial o típica ha sido presentado en la sede de la Conferencia Episcopal Española, el 7 de octubre. La nueva edición es el resultado de un trabajo continuado y riguroso, que ha recaído particularmente en la Comisión Episcopal de Liturgia, a la que manifestamos nuestra gratitud por el esmerado servicio que nos presta.
Su trabajo detallado y preciso concierne a la traducción con mayor fidelidad literal de las oraciones, a la presentación bella del libro, a las rúbricas que facilitan y orientan en su utilización, la comodidad en el uso, ya que en el rezo de las oraciones no se necesita pasar página en medio de la recitación. Donde el misal se abre queda abierto, sin preocuparse de que no se cierre. El tipo de letra facilita la lectura a cierta distancia y a personas que experimentan la debilidad de la visión con el paso de los años.
La experiencia del tiempo y las observaciones de unos y otros colaboran a que de una edición a otra gane el libro en precisión de los textos y en calidad de la presentación. Nos encontramos ante un misal muy rico y bellamente editado.
La publicación de la nueva edición debe ser la oportunidad para releer la introducción sobre la disposición del misal (la Ordenación General del Misal Romano), el sentido y alcance litúrgicos de la celebración eucarística, las actitudes del sacerdote y de la comunidad, la participación más consciente y fructuosa de todos.
Los diversos elementos deben confluir en el encuentro creyente con el Señor y en la fraternidad con los demás participantes. La celebración requiere cuidado y dignidad que expresan la hondura personal y comunitaria en la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de Jesucristo, que es el centro del domingo. El Hijo de Dios se entrega por todos (cf. Rom. 8, 32; 2 Cor. 5, 141; 1 Tim. 2, 6).
El misal se sitúa entre los gestos, los signos y las cosas de la Eucaristía; no son fin en sí mismos, sino guía al Misterio celebrado y muestran la estima de la celebración. Los signos deben ser dignos, sencillos y limpios; bien realizados en su forma y en su ritmo; pronunciadas las palabras de la oración oracionalmente; con el respeto y la confianza de quien ora a Dios en nombre de la comunidad, que necesita escuchar para unirse interiormente a lo que pide el sacerdote. Orar en voz alta en medio de la comunidad, ante la comunidad y en su nombre exige un ritmo no atropellado sino pausado, no de recitación retórica sino de súplica a Dios, no de palabras sin pensar, sino pronunciadas ante Dios con fe, no ensimismándose el sacerdote en un diálogo cerrado con el Señor sino implicando a los participantes en la misma oración. Celebrar la Eucaristía manifiesta la Iglesia en oración.
Todos los cristianos estamos llamados a participar en la asamblea dominical, que en condiciones normales es celebración eucarística. Cuando no permitan las condiciones personales, sociales, eclesiales y ministeriales la Eucaristía, en cada comunidad en el domingo (que incluye el sábado por la tarde), recordemos que la reunión de los cristianos tiene un sentido en sí mismo.
Participemos todos y participemos con la oración alentada por la fe, escuchando la Palabra de Dios, la exhortación de quien preside la asamblea, rezando unidos, deseando que el domingo marque la semana con la luz pascual de Jesucristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, animador de nuestra esperanza en medio de la vida cotidiana y de las pruebas que nos acompañan.
Quiero llamar la atención sobre un cambio de palabras pronunciadas por el sacerdote en la consagración del vino en la sangre de Jesús. La traducción castellana, como en otras lenguas, después del Concilio cambió las palabras “por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados” en “por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”. Se pasó de “muchos” a “todos” y ahora por decisión del Papa Benedicto XVI, se vuelve al texto, que aparecía y aparece en latín, a saber “de todos a muchos”. En realidad el cambio que se introdujo no era traducción sino interpretación.
+ Ricardo Bláquez
Cardenal Arzobispo de Valladolid