Mons. Salvador Giménez Cuando llegan estas fechas muchas personas dedican un tiempo especial a visitar a sus difuntos en los cementerios. Incluso se desplazan muchos kilómetros, a los pueblos donde nacieron o donde viven sus familias, para cumplir con este gesto envuelto en cariño, recuerdo y gratitud.
Los cristianos hacemos lo mismo. En esas visitas nos confundimos con otras gentes de sensibilidad, cultura o religión distinta. Nuestra aportación específica se centra en la oración. Pedimos al Señor por todos nuestros familiares y amigos ya difuntos para que su misericordia les haya conducido a la gloria eterna junto a Él. Es ésta una oración de petición pero recordamos que hay otras modalidades que acompañan nuestra existencia. Todos nosotros sabemos que la oración es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los discípulos, ante su insistencia en aprender a orar, Jesús les enseña el “Padre nuestro” que nosotros recibimos y repetimos desde los primeros años de nuestra vida con esfuerzo que se traduce en consuelo y que es utilizado en momentos diversos tanto favorables como adversos a lo largo de nuestro caminar vital.
Insisto en la oración, que es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte, para que todos los que acudís al cementerio no reduzcáis vuestra presencia a llevar unas flores, a limpiar una lápida o a derramar unas lágrimas. Es una costumbre y un sentimiento que, tal vez, no podemos dejar a un lado. Pero el cristiano conoce qué cosas son fundamentales y qué secundarias. Y si nos preguntan por nuestras prioridades sabemos responder aunque en ocasiones parece que nos despistemos o no recurramos a las palabras del Señor dirigidas para acompañar la vida y la muerte. La nuestra y las de nuestros semejantes.
Por otra parte tendemos los cristianos a considerar más importante el interior de nuestro corazón que las apariencias exteriores. Y es correcta esa apreciación porque prevalece la oración que nace de lo más profundo de nuestro ser y quiere unirse al diálogo y a la voluntad de Dios. Lo demás, flores, adornos o sollozos, es un conjunto que nos puede ayudar a lo fundamental.
Ante esta costumbre tan arraigada en nuestra sociedad y que ha sido promovida y fomentada por la propia piedad popular, me importa señalar que vuestra presencia en los cementerios vaya siempre a lo fundamental. Rezad por los difuntos, por vuestros allegados y por quienes, desde un punto de vista humano, no tienen a nadie ya en este mundo. La Iglesia reza por todos, no se olvida de nadie; está unida a los que ya han fallecido por medio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. En esa confianza vivimos y afrontamos nuestra propia muerte.
Es también un momento oportuno para reflexionar sobre la esperanza, que es fundamental para la condición cristiana puesto que, junto a la fe y a la caridad, constituyen la esencia teologal, de gracia, absolutamente singular. Esperamos, porque así nos lo ha dicho Jesucristo, en una vida nueva liberada ya de las cadenas de la muerte. Por tanto nuestra mirada no debe quedar fija en el nombre y en las cifras que lo acompañan en el mármol de la lápida. Debe proyectarse hacia arriba y mirar a lo alto, al cielo, para sentirse envuelto en el consuelo y paz del Señor que nos ha prometido la salvación definitiva. Y todo ello lo vivimos en la celebración de la Eucaristía que recoge el acontecimiento de la Cruz, el presente de nuestro vivir y el futuro de la gloria.
+Salvador Giménez,
Obispo de Lleida