Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos: Tras el parón estivo, retomamos nuestro contacto a través de estas cartas pastorales semanales. En los meses previos al verano he expuesto las ideas fundamentales de los siete primeros capítulos de la Exhortación Apostólica La alegría del amor del Papa Francisco, en la que se ocupa del amor en la familia. El capítulo octavo, del que trataré en esta y en las próximas semanas lleva como título “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”.
El Papa habla en este capítulo de las fragilidades humanas en el ámbito de la familia y del matrimonio, y señala las tres indicadas en el título como actitudes fundamentales que debe vivir la Iglesia en relación con los distintos fenómenos de fragilidad que se registran en dicho ámbito.
Como ya hicieran los participantes en los todavía recientes Sínodos sobre matrimonio y familia, Papa Francisco recuerda, en primer lugar, que existe una clara voluntad de Dios sobre uno y otra, matrimonio y familia (cf. n. 291). Se trata de dos instituciones humanas fundamentales diseñadas por Dios con un contenido determinado que constituye su verdad más íntima. Como ha hecho siempre, y ahora lo recuerda Francisco, la Iglesia enseña a todos esa verdad, propone la perfección del matrimonio y de la familia e invita a dar una respuesta más plena a Dios, es decir, a corresponder lo más exactamente posible a esa explícita voluntad de Dios. Por amor a Dios y por amor a los hombres, la Iglesia debe cumplir su misión de anunciar la Buena Nueva, también la que tiene que ver con estas instituciones humanas fundamentales.
Para que cualquier matrimonio y familia puedan decirse tales, “verdaderamente” tales, deben realizarse en concreto de acuerdo con el plan de Dios. Cuando no es así, cuando el matrimonio y la familia concretos se alejan o contradicen su “verdad”, es decir, el designio de Dios sobre ellos, hablamos de “fragilidades” en el matrimonio y familia, de deficiencias más o menos graves.
A la vez, es deber de la Iglesia acompañar a todos sus hijos –y aun a todos los hombres− haciéndose cargo de ellos tal como son, en la situación concreta en la que se encuentran, también, claro es, cuando dicha situación no es la que “debiera ser”. Como buena y solícita madre, la Iglesia “mira con amor” y “debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles…, dándoles de nuevo confianza y esperanza” (ibídem).
Anuncio de la verdad del matrimonio y de la familia según el plan de Dios, y amor, atención y cuidado de aquellos cuya situación no se corresponde, en mayor o menor grado, con la voluntad de Dios; estos son los ejes sobre los que se construye este capítulo octavo de la Exhortación La alegría del amor.
Por ello, el Papa dedica el n. 292 de la su Exhortación a recordar la doctrina básica de la Iglesia sobre el matrimonio cristiano. La verdad de éste, dice, se realiza plenamente en el caso de a) la unión de un hombre y una mujer, b) que se donan mutuamente en un amor exclusivo, c) en libre fidelidad que se extiende, que llega hasta la muerte, d) con apertura a los posibles hijos. A estas notas que, como se sabe son propias de todo verdadero matrimonio, se añade otra en el caso de los bautizados: la unión matrimonial es, al mismo tiempo, un sacramento que confiere gracia a los esposos para constituirlos en Iglesia doméstica y hacer de ellos fermento de vida nueva para la sociedad.
Pero la Iglesia conoce también la existencia de fenómenos frecuentes como la mera convivencia vivida como si fuese verdadero matrimonio, los matrimonios civiles, la ruptura de los compromisos matrimoniales que dan lugar a nuevas “nupcias”. Si la Iglesia, y en concreto los Pastores, deben “promover” el matrimonio cristiano, también es tarea suya examinar con atención, discernir cuidadosamente “la situación de tantas personas que ya no viven esa realidad” tal como Dios la ha querido y la quiere. Dicha tarea tiene un fin preciso, el “de entrar en diálogo pastoral con ellas a fin de poner de relieve los elementos de su vida que puedan llevar a una mayor apertura al Evangelio del matrimonio en su plenitud” (n. 293). Se trata de una pastoral encaminada a que las parejas tomen conciencia de su situación, y a examinar los aspectos de ésta que pueden constituir como un punto de partida para llegar a vivir en toda su verdad el matrimonio y la familia queridos por Dios. Es una pastoral que sigue lo que se ha llamado “ley de la gradualidad”, según la cual hay que guiar, conducir a los cónyuges, lentamente o deprisa, según su estado y condición, hasta que puedan llegar a vivir en plenitud la verdad del matrimonio.
+ José María Yanguas
Obispo de Cuenca