Mons. Enrique Benavent Concluimos las reflexiones sobre las exigencias que tenemos y las actitudes que estamos llamados a vivir quienes nos sentimos llamados por el Señor a colaborar en el anuncio del Evangelio, y a comprometernos en la vida de la Iglesia. Hoy quiero invitaros a que viváis la misión desde una actitud de estima hacia aquellos a quienes queremos llevar al conocimiento y al amor de Cristo.
El compromiso cristiano, para ser auténtico, debe nacer de una actitud positiva hacia el mundo, a pesar de las dificultades que hoy vivimos. El objetivo de nuestra misión no puede ser otro que el mismo que tuvo el Padre al enviar a su Hijo al mundo: “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 17). La actitud de partida en las tareas pastorales no puede ser de juicio y de condena, sino de amor. Un evangelizador no puede ser percibido como un profeta de calamidades, que únicamente habla de lo mal que está nuestra sociedad, sino como un testigo del amor de Dios al mundo manifestado en su Hijo Jesucristo. El anuncio del Evangelio es testimonio del amor de Dios, por ello estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza con dulzura y respeto, y no como enemigos que señalan a los demás y los condenan.
Para que esto sea así nuestro testimonio debe asumir la forma del servicio. El Señor no vino para ser servido, sino para “servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). No nos mueve un deseo de dominar con el poder a nuestra sociedad y a nuestro mundo, sino de servirlo. Por ello debemos evitar toda actitud de superioridad y de desprecio hacia los demás. El Papa Francisco en la exhortación Evangelii Gaudium nos recuerda que Jesucristo no nos quiere como príncipes que miran despectivamente a los demás, sino como hombres y mujeres del pueblo (nº 271). Nuestra misión debe asumir la forma de servicio y ello, porque el servicio es la esencia del Evangelio. Ello exige acercarse a las personas y compartir sus preocupaciones y su vida.
Una de las tentaciones del evangelizador es la de exigir a los demás madurez en la vida cristiana al comienzo del camino. Cuando esto no sucede nos quejamos de la poca fe y de las carencias que encontramos en los demás y en nuestras comunidades (la poca fe de las familias que traen a sus hijos a la catequesis, o la poca formación que tienen los niños cuando se acercan por primera vez a las parroquias). Esto puede despertar actitudes negativas en nuestra misión. Tendríamos que ser capaces de ver en primer lugar los elementos positivos, alegrarnos porque se nos ofrece la posibilidad de llevar a otros al conocimiento de Cristo, descubrir las semillas de la fe que hay en ellos y, a partir de ahí, caminar juntos y progresar en la fe. Vivir de este modo nos lleva a tener una actitud más positiva había los demás.
Y cuando revisemos el trabajo, no olvidemos nunca de hacernos dos preguntas: ¿Hago todo esto para que me quieran a mí o al Señor? ¿Me preocupa el “éxito” de lo que hago o me esfuerzo por sembrar el Evangelio en el corazón de las personas con amor? El Señor nos envía a sembrar, no a recoger los frutos ni a enorgullecernos por nuestros éxitos.
Que vivamos este curso con alegría y esperanza.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa