Mons. Agustí Cortés Nos llega la noticia de la proliferación del uso de los drones en múltiples usos, comerciales, productivos, militares, artísticos, etc. Quizá se pueda hablar de una cierta revolución tecnológica de numerosos y variados beneficios.
El secreto del éxito de estas máquinas radica en la capacidad de visión panorámica, global, de altura, sobre una realidad física, lograda de una manera sencilla, sin necesidad de tripulación, alcanzando una gran versatilidad con el manejo a distancia.
La visión panorámica de una zona geográfica, naturalmente, no es nueva. Basta con subirse a un edificio alto, una montaña, un helicóptero o un avión. La novedad consiste en la sencillez, la comodidad y en la ausencia de riesgo personal, que logra esta nueva tecnología.
Nuestra reflexión no se fija solo en los resultados del avance tecnológico, sino en su significado “espiritual”, como tomando el hecho a modo de parábola. Porque sentimos cansancio y una cierta claustrofobia, cuando verificamos miradas cortas, encerradas en nuestros mundos ideológicos, políticos, afectivos y culturales. Paradójicamente la famosa globalización no ha logrado romper las barreras del yo individual egoísta, o del egoísmo colectivo cultural o ideológico. Anhelamos, por ello, la riqueza y la libertad, la belleza incluso, de la mirada amplia y generosa sobre el mundo, sin más límite que el horizonte inalcanzable.
Recordemos que precisamente lo propio de la mirada espiritual es la elevación (bien entendido que no toda “elevación” espiritual es realmente cristiana). Hace unos años J. Ratzinger, para ilustrar la ampliación de la mirada sobre el mundo que aportaba la fe, adujo un hecho histórico interesante. El Papa San Gregorio Magno describía en su obra Diálogos los últimos días de la vida de San Benito. El santo se había retirado a dormir en el piso superior de una torre, al que se accedía por una escalera empinada y escarpada. Se había levantado para orar, antes de la oración litúrgica nocturna. “Desde la ventana suplicaba a Dios omnipotente. Mientras miraba hacia fuera en la oscuridad de la noche, de repente vio una luz que se difundía desde lo alto y disipaba toda la tiniebla nocturna… Algo absolutamente maravilloso se cumplía en esta visión… El mundo entero se le presentó ante sus ojos como dentro de un único rayo de sol”. El interlocutor de Gregorio le objeta que eso de ver el todo el mundo no era posible. El Papa respondió:
“Cuando él vio ante sus ojos el mundo entero como unidad en su totalidad, no se hicieron pequeños el cielo y la tierra, sino que se hizo grande el ánimo de quien contemplaba” (Diálogos, II,35)
Proseguía J. Ratzinger: en esta imagen todo es simbólico, la noche, la escalera escarpada, el piso superior, el permanecer despierto, la ventana… San Benito a lo largo de su vida, no había hecho sino subir, agrandar el espíritu, para ser capaz de ver el mundo entero en su globalidad y su verdad, como lo ve Dios.
Esto, naturalmente, es mucho más que la visión geográfica facilitada por un dron. También es más costoso y requiere todo un camino vital. Pero también es mucho más valioso. Y mucho más necesario hoy. Podremos prescindir de los drones, pero no de la mirada abierta al mundo, más allá de nuestras estrecheces culturales, ideológicas o políticas. El problema es que esta mirada, nueva para una gran mayoría, solo se logra tras un camino de virtud. Y, como sabemos, la virtud no se improvisa, ni se puede comprar, ni fabricar mediante una máquina.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat