Mons. Ricardo Blázquez El día 4 de septiembre fue canonizada en Roma por el Papa Francisco la Madre Teresa de Calcuta, que había nacido el 26 de agosto de 1910 y había muerto el 5 de septiembre de hace 19 años. Su nombre está unido a Calcuta, donde desarrolló la mayor parte de su vida y murió, aunque había nacido en Albania. Probablemente llevará siempre el nombre de Madre Teresa de Calcuta, porque el nombre de madre es particularmente expresivo de su vida y actividad, de su corazón y de su muerte. Recuerdo la impresión que recibí hace años, en la clausura del Congreso Eucarístico de Managua. Las miradas de todos la contemplaban con inefable gratitud. Con Teresa de Calcuta, con aquella mujer menudita, encorvada, con las manos y el rostro llamativamente arrugados, con la mirada penetrante y amable, con ella todos tenemos madre. Junto a ella no nos faltará cariño, limpieza, compañía; ella levantó del suelo a los abandonados moribundos, curó sus llagas y los cuidó hasta el último aliento.
La Madre Teresa de Calcuta prolonga la serie admirable de Teresas, iniciada por Santa Teresa de Jesús, a la que siguen Teresa del Niño Jesús, Teresa de Jesús Jornet, Teresa de los Andes, Teresa Benedicta de la Cruz, Teresa de San Agustín, mártir en la Revolución Francesa (la hizo famosa el Diálogo de Carmelitas), etc. Teresa de Calcuta llevará, probablemente, siempre la connotación de madre.
El Año Jubilar de la Misericordia con la canonización de hace unos días ha alcanzado una cima extraordinaria. El ejercicio de la misericordia ha resplandecido con luz singular en la Madre Teresa de Calcuta, atendiendo a “los más pobres de entre los pobres”. Dios la llamó a ir al encuentro de los últimos y ella en esa vocación que escuchó con el grito de Jesús en la Cruz “tengo sed” (Jn. 19, 28) perseveró hasta la muerte. El grito de Jesús, cuando había cumplido plenamente el designio de Dios, ha sido escuchado a lo largo de la historia por tantas personas, entre ellas por Teresa de Calcuta y por miles de Misioneras de la Caridad, fundadas por la Madre. Su vida fue testimonio luminoso del Evangelio del amor, de la misericordia y de la compasión, en medio de las tinieblas del mundo. En su fragilidad fue una presencia vigorosa al lado de la carne doliente de Jesús.
Ha sido reconocida universalmente como merecedora de gratitud. Recibió el Premio Nobel de la Paz en el año 1979. El Papa declaró santa a la Madre Teresa de Calcuta en la bella y solemne celebración, que tuvo lugar en una plaza abarrotada de personas hasta el comienzo de la vía de la Conciliazione, en la que rivalizaban el calor de los corazones y el calor del sol. La Madre Teresa de Calcuta, con las palabras y el sentido precisos que otras religiones conocen, es también honrada como “santa” por los musulmanes, los hindúes y los judíos. Es discípula de Nuestro Señor Jesucristo y espejo de la grandeza del amor y del cuidado de los últimos, que se manifiesta de vez en cuando en la humanidad. En la fiesta del domingo compartimos el gozo sus hermanos en la fe cristiana y tantos hombres y mujeres del mundo. El poder de Dios que exalta a los humildes, en ella elevó la condición humana a una altura inmensa.
La canonización significa glorificación de la Santísima Trinidad, como dice la fórmula litúrgica; victoria de la gracia de Dios en la vida y la muerte de su sierva; es un espejo brillante del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo; su ejemplo es un aldabonazo que sacude nuestra mediocridad para que aprendamos que la comunión con Dios mueve al servicio de nuestros hermanos. La Iglesia se alegra de haber prestado este servicio a la humanidad a través de una de sus hijas. Una persona de la estatura moral de la Madre Teresa de Calcuta es un rostro amabilísimo del Evangelio y un respaldo fehaciente de la Palabra de Dios.
En su tiempo se difundió una fotografía del Papa Juan Pablo II y de la Madre Teresa de Calcuta; esta fotografía estaba también en el despacho del Arz. de Buenos Aires, Card. Bergoglio, actualmente Papa Francisco. Estamos seguros de que para el Papa habrá sido uno de los momentos más gratificantes de su ministerio petrino el presidir la celebración del domingo, día 4. Los dos —Juan Pablo II y la Madre Teresa— ya están canonizados; en pocos años la Iglesia ha reconocido que en sus vidas se encarnó el Evangelio de manera esplendente. En la fotografía están unidos en fraternidad serena y gozosa el Papa, sucesor de Pedro y encargado por el Señor de apacentar a su grey (cf. Jn. 21, 15-17), y una monjita ataviada con el vestido de su patria y de su pueblo de adopción. Ambos comparten la dignidad de hijos de Dios; cada uno por su camino sirven a la Iglesia y proclaman el Evangelio. Uno agradece a Dios el servicio de la otra, y la otra el ministerio del primero. No son dos vías competitivas sino confluyentes en la vida de la fe cristiana en medio de la historia de los hombres. Los grandes se unen en la fraternidad humilde. Agradecen a Dios el don recibido y posan con gratitud recíproca.
La Madre Teresa de Calcuta es prueba de cómo en el camino de la Iglesia y en su tierra fecunda brotan plantas, con otras palabras “carismas” y vocaciones, que responden a las indigencias de la humanidad; ellas cumplen “lo poquito que está en ellas”, como escribió santa Teresa de Ávila, y al mismo tiempo despiertan las conciencias para que otros colaboren y se comprometan en ese campo de servicio a la humanidad.
Hemos sabido a final de su vida que experimentó una dolorosa oscuridad interior; si ella no lo hubiera desvelado, ni se habría sospechado. A pesar de esa crisis no se retiró del trabajo, no cesó de ser corazón y manos para los enfermos y los pobres, ni de irradiar el amor de Jesús en todo el mundo. También Teresa de Lisieux, Santa Teresa del Niño Jesús, sufrió semejante oscuridad. De ordinario la fe es luminosa, pero a veces entra en fases de sombra, que son una prueba y una oportunidad para acendrar la fidelidad y el amor (cf. Is. 58, 6-12; Mt. 26, 36-46). Desde el cielo continúa “encendiendo la luz para aquellos que viven en la oscuridad aquí en la tierra”. La Madre Teresa de Calcuta es una sonrisa de Dios para todos. Su canonización es motivo de alegría.
+ Ricardo Blázquez Pérez
Cardenal Arzobispo de Valladolid