Mons. Enrique Benavent En este comienzo del curso, os ofrecí la semana pasada una primera reflexión sobre las actitudes que estamos llamados a vivir aquellos que queremos prestar un servicio al Evangelio, ante las dificultades que encontramos en el momento actual para el anuncio del mensaje cristiano y la transmisión de la fe. Podríamos resumir aquella primera reflexión diciendo que las dificultades no deben quitarnos la alegría.
Pero esto no basta. Aún sabiendo que la eficacia de nuestro trabajo no depende de nosotros, tenemos la obligación moral de buscar caminos para vivir mejor nuestro compromiso y para que este sea más eficaz. A nosotros nos corresponde poner todos los medios. Por ello, en esta segunda reflexión quiero sugeriros dos cosas concretas que podrían ayudar a mejorar la vida pastoral de nuestras parroquias y comunidades.
En primer lugar, no podemos olvidar que la tarea del evangelizador es, ante todo, dar testimonio de una fe que cree y vive de verdad. Los niños y jóvenes que participan en las actividades de nuestras parroquias, lo primero que deben ver en cada uno de nosotros es unos creyentes auténticos. Por ello, la primera responsabilidad que tenemos es cuidar nuestra fe y crecer cada día más en ella. Si nosotros no creemos y vivimos de verdad aquello que anunciamos, ¿cómo podemos esperar que lo hagan los destinatarios de nuestras actividades? Ello implica participar en las celebraciones en nuestras parroquias y ser hombres y mujeres que trabajen y que recen. El Papa Francisco, en su exhortaciónEvangelii gaudium nos ha recordado que las actividades que hacemos no sirven de nada si no están acompañadas por una espiritualidad que transforme nuestro corazón (nº 262). Estamos llamados a ser evangelizadores de oración y de trabajo. Desde aquí quiero recordar a los sacerdotes, que miren a todos los que colaboran en las parroquias no sólo como agentes de pastoral, sino ante todo como creyentes, cuya fe debe ser cuidada de un modo especial por medio de encuentros de oración y de retiros espirituales. Si esto no lo hacemos difícilmente podemos ser “evangelizadores con espíritu”, como nos pide el papa Francisco.
En segundo lugar, hemos de cuidar nuestra formación. La complejidad de nuestro mundo y las dificultades del momento presente exigen una mejor preparación. No podemos limitarnos a repetir lo que hemos hecho siempre de una manera rutinaria. No hemos de dar por supuesto que a los niños y jóvenes de hoy les resulta comprensible el lenguaje de la fe. Hemos de conocer y comprender mejor nuestra fe para poder explicarla y hacerla comprensible a nuestro mundo. Además no olvidemos que la transmisión de la fe es un acto de comunicación. También nos tenemos que preocupar por el cómo. Soy consciente de que, dadas las múltiples ocupaciones que todos tenemos, dedicar tiempo a la formación es un gran esfuerzo para muchos, pero es el signo de que nos tomamos en serio nuestro compromiso. La formación es una exigencia necesaria para crecer como evangelizadores.
Que Dios nos conceda la gracia de no perder la ilusión en la vivencia de nuestros compromisos.
+ Enrique Benavent Vidal
Bisbe de Tortosa