Mons. Agustí Cortés Siempre hemos mantenido vivo el interés por saber qué piensan los jóvenes, qué sienten, qué mentalidad les guía. Y gozamos cuando la empatía es posible entre ellos y nosotros.
No es fácil la comunicación con los jóvenes. Pero hay un terreno en el que el intercambio resulta relativamente fácil: la mirada y la actitud ante el futuro. El joven es precisamente eso, futuro, aspiración, sueño, deseo, proyecto. Por este camino pensaba que el inicio de un curso invitaba a despertar nuestra vena más joven, a fin de superar el adocenamiento y el derrotismo que siempre nos amenazan.
Hace unos días tuve la ocasión de convivir una jornada con matrimonios jóvenes, hijos de la más pura modernidad. Sus actitudes ante la vida eran muy diversas, pero tenían en común esa seguridad admirable en sus convicciones y ese no menos admirable optimismo ante el mañana. Observé que uno de ellos se mostraba muy estricto, dominador incluso, con sus hijos en el terreno moral. No según una moral, podríamos decir “establecida, global, sistemática”, sino obedeciendo a una moral de la modernidad, la que sigue unas pautas y unos valores que hoy, y desde hace unas décadas, gozan de gran plausibilidad: ecología, solidaridad, igualdad, libertad, defensa de derechos, transparencia, progreso, etc. La conversación derivó hacia la constatación de un sentimiento de frustración generalizado en la sociedad, especialmente entre los jóvenes. Puestos a interpretar por qué se producía este hecho, él hacía un análisis heredero del esquema marxista, según el cual, el sistema capitalista, al fomentar el triunfo del más poderoso y favorecer un estilo de vida consumista, impide el ejercicio de la libertad creadora de las personas. Partía del hecho de que sin igualdad no hay libertad y, por tanto, no será posible la satisfacción de los deseos y proyectos. En definitiva, la insatisfacción era un efecto necesario del sistema capitalista y consumista que rige hoy en la sociedad.
No era el momento de poner en evidencia las contradicciones internas de esa manera de pensar, contradicciones no solo teóricas, sino también prácticas e históricas, que se podían verificar en el pasado e incluso en la actualidad. Pero la conversación sí permitió dejar claro dos verdades: una, que con nuestra libertad podemos y debemos hacer frente y cambiar las cosas, aun en situaciones extremas de opresión y sufrimiento; otra, que las frustraciones dependen de nuestras aspiraciones convertidas en proyectos.
Cuando el joven hizo la pregunta retórica de cuáles eran esas aspiraciones, para inmediatamente mostrar que no eran sino las que el sistema nos imponía, se sorprendió de que la fuente de nuestras expectativas era de hecho muy diversa: algunas proceden de necesidades naturales, otras de sentimientos, otras de opciones libres, otras son fruto del contagio, otras obedecen a causas culturales… Pero no todas nos hacen crecer. Hay algunas negativas. ¿Negativas? En efecto. Nuestra máxima y más común aspiración es ser felices y la felicidad consiste en amar y sentirse amado. Algunos no lo saben y otros equivocan el camino para lograrlo…
Notaba que estas observaciones sonaban como novedades en su reflexión. ¡No necesariamente y en todo somos fruto del sistema! ¡No sólo hay que denunciar lo que el sistema pretende imponernos, sino también revisar nuestras aspiraciones y proyectos personales, para actuar en consecuencia!
Fue una lástima que la conversación no pudiera seguir adelante, porque estábamos a un paso de plantear la cuestión crucial: a la hora de planificar, optar, afrontar el futuro, aunque sea el más cotidiano, uno ha de preguntarse por el sentido de su vida, lo que desea ser y vivir, lo que le hace crecer y hace avanzar al mundo. Está en juego la felicidad propia y ajena.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat