Mons. Gerardo Melgar «No podéis servir al mismo tiempo a Dios y al dinero» (Lc 16, 13). Esta frase con la que termina este fragmento del evangelio de San Lucas de este domingo, tiene su fundamento en la experiencia de cada uno de nosotros, en nosotros mismos o en los demás.
En esta sociedad de consumo, en la que lo material es para una mayoría el objetivo principal a lograr en su vida, nos muestra claramente que no podemos servir a Dios y al dinero.
Dios es Dios y merece todo nuestro amor, nuestro respeto y nuestro culto. El dinero es necesario para vivir, pero como un medio, nunca como un fin al que sirvo, por el que lucho con exclusividad, y al que someto mis mejores valores.
«No podéis servir al mismo tiempo a Dios y al dinero».
Servir a Dios exige ponerlo a Él en el más importante de nuestra vida, en el primero al que rendimos honor, culto y gloria y a cuyo servicio ponemos todo lo demás.
El servicio a Dios pide de nosotros ponerlo a Él como fin último y único al que servimos. Todo lo demás que compone y forma parte de nuestra vida, son medios para acercarnos y vivir mejor lo que Él nos pide.
Servir a Dios pide de nosotros, tener una escala de valores auténtica, en la que Él ocupe el objetivo primero de nuestros intereses y dar el justo valor y el lugar mucho más secundario en nuestra vida a los demás medios que tenemos a nuestro alcance, incluido el dinero.
Hoy por desgracia, en un mundo materialista y materializado, en el que —tanto tienes, tanto vales—, corremos siempre el riesgo de cambiar el orden y poner el dinero como lo más importante de nuestra vida y a Dios le dejamos relegado a determinadas situaciones —normalmente dolorosas— en las que no nos queda más remedio que acordarnos de Él.
El dinero nunca da la felicidad autentica, porque cuando uno ha logrado tenerlo, no se conforma con lo que tiene, sino que siempre aparece el ansia de tener más, y en vez de convertirse en lo que cubre una necesidad, en vez de llenar un vacío, lo crea.
Servir a Dios es reconocerle como único Señor y Dios de nuestra vida. Por eso, si se le sirve a Él no se puede servir al dinero, porque entonces éste se convierte en el ídolo, el diosecillo al que el ser humano sirve y Dios deja de ser al que se sirve sobre todas las cosas, para ser relegado a puestos inferiores que les corresponde no a Dios, sino a los medios al servicio del mismo.
Muchas veces y mucho más en este ambiente materialista en el que nos movemos , hemos de preguntarnos personalmente ¿qué puesto ocupa Dios en nuestra vida? ¿Qué importancia le estoy dando? ¿Realmente ocupa un primer lugar en mis intereses o es alguien sin demasiada importancia?
Igualmente tendremos que preguntarnos qué importancia damos al dinero, a lo material, al tener más y más, porque si no nos lo preguntamos, fácilmente cambiamos a Dios por el dinero, en cuyo caso, el Dios de nuestra vida no es el Dios de Jesucristo, sino el dios dinero al que servimos, nos dejamos esclavizar por él y lo material se convierte en el centro de nuestras preocupaciones y proyectos, y el que gobierna y rige nuestra vida en vez de ser Dios el que lo haga.
No podemos servir a Dios y al dinero.
Feliz Domingo para todos.
+ Gerardo Melgar
Obispo de Ciudad Real