Mons. Jaume Pujol Hace años, cuando un médico trabajaba en un hospital de Stanford, conoció a una niña llamada Liz que sufría una extraña enfermedad. Necesitaba una transfusión de sangre de su hermano de 5 años, que había sobrevivido a la misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla. Explicaron la situación al niño y le dijeron, animándole, que si daba sangre a su hermana podría salvarla. Durante la transfusión, estaba acostado en una cama al lado del de su hermana, que se fue recuperando. En cierto momento el pequeño miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa: ¿a qué hora empezaré a morirme?
A su edad el niño no estaba capacitado para entender exactamente lo que hacía, pero sí captaba –y de qué manera– que se trataba de un acto de generosidad.
Cada año participo personalmente, y con algún escrito o alocución, en la campaña de donación que lleva a cabo el Banco de Sangre. La población debe ser consciente de que no hay riesgo para la propia salud, pero eso no quita que sea un gesto solidario de gran valor. No damos la vida, pero damos vida, y este ejercicio de vasos comunicantes, vasos sanguíneos en este caso, es absolutamente necesario para salvar muchos pacientes.
Damos sangre y al mismo tiempo damos tiempo, el necesario para acudir al Banco de Sangre a hacer la transfusión con garantías. No sabremos a quién va a parar esta sangre, pero es un gesto que nos convierte en «amigos para siempre» de aquella persona anónima que ha sido beneficiaria.
En verano bajan mucho las reservas hospitalarias (un 30%), por eso se hacen campañas, antes y después de vacaciones, para mantenerlas, por si tienen que ser utilizadas en la atención de víctimas de accidentes de tráfico más abundantes en la época en la que hay más desplazamientos.
A mediados de septiembre es muy adecuado destinar unos momentos a esta acción solidaria. Deseo agradecer su generosidad a todos los donantes, y de manera especial a los profesionales de la sanidad y personas voluntarias que la hacen posible y que la preparan con gran cuidado desde hace tiempo.
Sólo hay que ver los noticiarios para comprender la importancia de contar con reservas suficientes de sangre. Cuando vemos accidentes graves de tráfico, violencia, y terrorismo, observamos la llegada de ambulancias al lugar de los hechos. Inmediatamente después de esta parte más visible viene otra: las transfusiones, con la sangre que los donantes ofrecieron un día para salvar vidas ajenas.
+ Jaume Pujol Bacells
Arzobispo de Tarragona y primado