Mons. Jaume Pujol De acuerdo con una historieta hebrea tradicional, Abraham estaba sentado fuera de su tienda una noche cuando llegó un hombre viejo y cansado. Le invitó a entrar en su tienda, le lavó los pies y le dio comida.
El viejito empezó a comer sin hacer bendición alguna, así que Abraham le preguntó: «¿No adora usted a Dios?» El viejo le respondió que no creía en ningún dios. Abraham se molestó, agarró al viejo por los hombros y lo echó fuera.
Cuando había partido, Dios pregunta a Abraham qué había pasado, y le contesta: «Lo eché fuera porque no te adoraba.» Dios contesta: «He sufrido a este viejecito ochenta años a pesar de que me deshonra y tú no le has podido aguantar una sola noche?»
La paciencia no es una virtud pequeña, sino una obra de misericordia grande, que se anuncia así: soportar pacientemente a las personas molestas.
Es cierto que algunos temperamentos, humanamente hablando, son más propicios a tomarse las cosas con calma y otros son más impacientes, pero para un cristiano no cuenta solo el temperamento, sino la voluntad, en este caso la caridad. La historieta de Abraham nos enseña el secreto de ser pacientes con otros: Dios lo es mucho más.
Si hacemos examen de nuestra vida, recordaremos innumerables veces en las que no nos hemos comportado como debíamos, y Dios –que no se cansa de perdonar, como ha dicho el Papa Francisco– no ha tenido en cuenta nuestras faltas.
Tenemos muchas ocasiones de ejercer la paciencia con otros, sean familiares, vecinos, colegas o personas con las que debemos tratar en algún momento. Debemos ser exigentes con nosotros mismos, pero pacientes con ellos.
El cardenal Martini, a propósito de Job, ejemplo de persona paciente, se fijaba en que las desgracias que le sucedieron, soportadas con paciencia, le habían descubierto a Dios, y así el Patriarca dijo: «Yo te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos.»
Dios permite desde el dolor más profundo hasta las molestias más pasajeras para que crezcamos en amor a Él y a los demás. También para que nos serenemos, no nos vaya a suceder como a aquella persona que oraba a Dios así: «Señor, dame paciencia, ¡pero ya!»
En este sentido hay que tener en cuenta que, además de ejercerla con los demás, debemos tener paciencia con nosotros mismos. La perfección que buscamos se logra poco a poco si nos esforzamos y, sobre todo, si la pedimos a Dios con humildad.
† Jaume Pujol Balcells