Mons. Agustí Cortés Es el momento de invitar al disfrute de la vida, a la alegría y al gozo. Es el momento apropiado para la época en que vivimos. Lo saben muy bien los estudiosos de la opinión pública y los analistas de la cultura presente, especialmente quienes están al servicio del mercado. En este caso sin ánimo de lucro, es un dato cierto que ha de tener presente también el evangelizador. Es consciente de ello también el Papa Francisco cuando lanza dos de sus grandes mensajes Evangelii Gaudium (“El gozo el Evangelio”) y Amoris Laetitia (“La alegría del amor”).
Una tal llamada a gozar de la vida también es apropiada para el preciso tiempo de vacaciones. Este tiempo se vive generalmente como compensación frente al agobio del trabajo y las molestias, quizá el sufrimiento, del día a día durante el año. Aunque no está clara la relación que, en la vida personal, tienen el trabajo y las vacaciones: no sabríamos responder si trabajamos para descansar (vacaciones, jubilación, etc.) o bien descansamos para seguir trabajando (recuperar fuerzas)…
Resultará muy útil aprovechar este tiempo para reflexionar un poco. No está de más que, sea al planificar las vacaciones, sea al comienzo o ya metido en ellas, uno dedique un rato a responderse preguntas fundamentales: ¿qué significa para mí disfrutar?; ¿cómo y cuándo estoy realmente alegre?; ¿qué es lo que me devuelve la paz?; más aún, supuesto que quiero ser feliz, ¿qué es para mí la felicidad?; ¿son preguntas en las que mejor no entrar y dejarlas para los filósofos?
La verdad es que se evitarían muchas tragedias si estas preguntas encontraran respuestas adecuadas en cada uno. De estas respuestas depende en gran medida el acierto o no de las decisiones cotidianas.
En algunos casos (hay que recordarlo) las respuestas serían bien elementales: “poder llevarme un trozo de pan a la boca cada día”, “poder llegar a fin de mes”, “superar una enfermedad grave”… Otras veces obtendríamos respuestas un poco más elaboradas, como “tener trabajo y salud” o “que haya respeto, paz y armonía”… Son respuestas provisionales, pues dejan en el aire otras muchas preguntas sin contestar.
Estamos hechos para el gozo y la felicidad. Fuimos creados en un bellísimo jardín, con frutos abundantes, agradables a la vista y gustosos al paladar. Toda nuestra vida –como tantas veces se ha representado en la literatura– consiste en una búsqueda o regreso al paraíso.
¿En qué consistiría ese paraíso? Los clásicos decían que “la felicidad es el efecto de poseer el bien apetecido o deseado”. Pero muchos no son felices, porque se equivocan en la elección del bien o en el camino para lograrlo. Por eso los clásicos añadían una condición: que se busque o desee aquel bien para el que estamos hechos por naturaleza.
Ésta es la gran cuestión: ¿Cuál es el bien para el que estamos hechos y cuya posesión nos da la felicidad? Muchos responden de manera más o menos consciente con sus opciones libres y el estilo de su vida. Entre los que piensan hay profundas discrepancias…
Sugerimos para estas vacaciones una meditación sosegada sobre el paraíso, según viene descrito en Gn 2,4-25. Un profesor de antropología decía que este texto había sido escrito por un israelita un caluroso día, a la sombra fresca de una higuera, mirando una inmensa planicie semidesértica… Allí le inspiró Dios qué entendía Él por felicidad y dónde encontraría el ser humano su alegría y su descanso.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat