Mons. Agustí Cortés Además del descanso en sí, hay otros asuntos que centran nuestra atención estos días de vacaciones. Uno de ellos, más importante de lo que parece, es la cuestión de nuestro cuerpo.
En vacaciones acentuamos la atención a nuestro cuerpo. En el ámbito de la publicidad encontramos abundantes mensajes de productos y empresas que ofrecen a los clientes “un adecuado tratamiento para tener el cuerpo deseado en estas vacaciones”. Se supone que las vacaciones son tiempo de exhibición del cuerpo y, por tanto, uno ha de conseguir la silueta física que dé la mejor imagen. Por otra parte, es habitual entre las actividades vacacionales la práctica del deporte, que encierra tantos valores para la salud física y espiritual. Tenemos además en cuenta el disfrute de la comida y la bebida en contextos de fiesta y de encuentro entre amigos…
Cuidar nuestro cuerpo es incluso un deber moral. Sin embargo, algunas voces han denunciado “culto (idolátrico) del cuerpo”. Se habla de un exceso de cuidado físico, de explotación comercial, incluso de obsesiones enfermizas y de psicopatologías diversas…
Es el momento de escuchar la voz que levanta la Iglesia a favor del cuerpo humano. Para algunos esta voz puede resultar extraña o novedosa. A pesar de tanta doctrina y tanto escrito durante la segunda mitad del siglo pasado hasta hoy a favor de una visión positiva del cuerpo humano, basada en la Revelación cristiana, todavía hoy sigue vigente la opinión de que los creyentes despreciamos el cuerpo o lo consideramos solo como fuente de pecado, como algo que se debe reprimir y negar. No han sido suficientes las profundas y luminosas enseñanzas de san Juan Pablo II y del Papa Benedicto XVI sobre la relación estrecha entre el amor humano y el cuerpo para deshacer esos prejuicios.
Sabemos que por alguna razón Dios nos creó “corporales”. Jesús no fue un ángel, no fue espíritu puro, sino que tuvo un cuerpo como el nuestro.
Lo que ocurre es que desde la Iglesia se ha visto que uno de los problemas más graves que actualmente afectan a nuestra civilización es la separación (el dualismo) entre lo que uno es – su libertad, su inteligencia, sus valores – y su cuerpo. Hoy existe una nueva separación de cuerpo y espíritu: el cuerpo es igualmente minusvalorado en el sentido de quedar reducido a puro objeto, a una “cosa” que puedo utilizar, un mero instrumento de la propia voluntad.
Efectivamente el cuerpo y el espíritu en la persona tienen sus propias leyes. El cuerpo es apariencia, el espíritu realidad interior. Una sonrisa puede manifestar amabilidad, pero también puede obedecer a una voluntad de seducir interesadamente. Jugamos con la imagen física, aunque por dentro seamos muy diferentes o apreciemos a la persona por su apariencia, olvidando su auténtico valor…
El gran mensaje que la Iglesia quiere transmitir es que “mi cuerpo forma parte inseparable de mi yo íntimo, de mi persona; yo soy también mi cuerpo, mi cuerpo es personal, lo que hago con mi cuerpo y lo que ocurre en él forma parte de mi dignidad, mi responsabilidad, mi vida como persona”. Así mismo, que mi espíritu, donde reside aquello que realmente soy y valgo, se transparenta en mi cuerpo y se comunica auténticamente a través de él con los demás.
Este principio nos lleva a conclusiones revolucionarias y “políticamente poco correctas”. ¿Qué significa “calidad de vida” o “estado de bienestar”?, ¿en qué consiste la belleza de la persona?, ¿qué sentido tiene la relación erótica sexual?, ¿hay cuerpos enfermos o personas enfermas?, ¿descansa el cuerpo o la persona?, ¿qué valor tiene el deporte?…
Aquel culto idolátrico del cuerpo no es más que una manifestación de la idolatría de sí mismo. Pero ya sabemos que este camino solo conduce a la destrucción de sí mismo y del mundo y, por tanto, a la amargura y al vacío de muerte.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat