Mons. Eusebio Hernández Queridos hermanos y amigos:
En la liturgia de la Palabra de este domingo escuchamos uno de los pasajes del Evangelio más conocidos, al que damos el nombre del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37). En este Año de la Misericordia lo vemos con frecuencia ya que una pintura inspirada en este pasaje es la imagen que representa este Año y que vemos en muchas de nuestras iglesias.
El Buen Samaritano es Jesucristo, muchos padres de la Iglesia lo han interpretado así. El hombre caído en el camino somos cada uno de nosotros, es decir la humanidad herida y desvalida a la que nadie auxilia. San Agustín comenta este encuentro con las siguientes palabras: Así, pues, como el Justo e Inmortal estuviese lejos de nosotros, los pecadores y mortales, bajó hasta nosotros para hacerse cercano quien estaba lejos (Homilía 171).
San Pablo, en la lectura que hoy hemos escuchado (Colosenses 1,15-20), nos presentaba a Cristo en toda su majestad como Dios: Cristo Jesús es imagen de Dios invisible,primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Pero, a la vez como aquel que quiso reconciliar consigo todos los seres; y lo hizo no desde su majestad, sino desde su entrega: haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Es lo que escuchamos en el Evangelio de hoy y que otro de los padres, Orígenes, lo explica así: Este Samaritano “lleva nuestros pecados” (Mateo 8,17) y sufre por nosotros. Él lleva al moribundo y lo conduce a un albergue, es decir dentro de la Iglesia. Ella está abierta a todos, no niega sus auxilios a ninguna persona y todos están invitados por Jesús. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cansados, y yo os aliviaré” (Mateo 11,28) (homilías sobre el Evangelio de Lucas) Cristo no ha pasado indiferente ante nuestro dolor, se ha volcado hacia nosotros y, por ello, sigue viniendo en ayuda de la humanidad herida
Pero, a la vez, ha querido que nosotros sigamos su misión, así termina el Evangelio de hoy: Anda, haz tú lo mismo. Debemos ser los posaderos que acogen y cuidan y, de esta forma, colaboramos y cumplimos la misión que Jesús nos ha encomendado.
Para poder cumplir esta misión de ser misericordiosos y buenos samaritanos,como lo ha sido Cristo, nosotros debemos ser los primeros en sentirnos objeto de su misericordia, es decir, sentir que Él se ha volcado hacia nosotros, nos lleva sobre sus hombros y cura nuestras heridas.
Comenzaba este comentario haciendo referencia a la imagen de este Año de la Misericordia, vuelvo ahora a ella, para destacar cómo las dos caras son idénticas, Jesús porta sobre sus hombros al hombre caído, destaca el que los dos comparten un ojo, el ojo derecho de Cristo es el ojo izquierdo del hombre que lleva sobre sus hombros. Podemos decir que es el ojo que nos mira con misericordia y que transformados por ella es “nuestro ojo” misericordioso para los demás.
Que este domingo nos ayude a acoger la misericordia y dejarnos abrazar por el amor incondicional de Dios. Dejarse tocar, cargar y escuchar y que, como nos dice hoy el Evangelio, sepamos cumplir: Anda y haz tú lo mismo. Experimenta mi Misericordia y sé tú también misericordioso.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona