Mons. Eusebio Hernández Queridos hermanos y amigos:
En las lecturas de la Misa de este domingo vemos la acción misericordiosa de Dios hacia aquel que reconoce con humildad su pecado.
En la primera lectura se nos presenta el diálogo entre Natán, profeta enviado por Dios para denunciar el pecado, y David que gravemente ha quebrantado la ley de Dios(Samuel 12,7-10.13) En esta lectura hay que destacar la actitud de humildad del rey David, lejos de excusarse ante la denuncia de Natán, David confiesa su pecado: ¡He pecado contra el Señor! Esta actitud de David logra que Natán, en nombre de Dios, le anuncie el perdón: El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás.
La misma actitud de humildad encontramos en el evangelio de hoy (Lucas 7,36–8,3): Una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. El evangelista nos presenta a una mujer pecadora, tal vez una prostituta, y que es un escándalo para aquel lugar donde estaba Jesús. Podemos decir con toda seguridad que ella habría oído a Jesús y en sus palabras descubrió que su vida no estaba llamada a vivir sumergida siempre en el pecado, en Jesús encontró a quien podía cambiar su vida y hacerla una persona nueva.
Como David, también esta mujer escuchará de la boca de Jesús: Tus pecados están perdonados y, a la vez, le da un impulso para su nueva vida: Tu fe te ha salvado, vete en paz.
Todos, pues, somos invitados en este domingo a tener las mismas actitudes de David y de la mujer del evangelio. Pero, quizás, podemos encontrar un primer obstáculo que es la falta del sentido del pecado y también la justificación que muchas veces hacemos de lo que en conciencia sabemos que hemos hecho mal. David, ante la denuncia de Natán, no se justifica, con humildad reconoce su pecado, sabe que aunque es el rey, ante Dios es sólo un siervo. La mujer lo sabe también e incluso es señalada por todos, pero la esperanza que Jesús ha prendido en su corazón, le mueve a salir de sí misma y ponerse con humildad y confianza a los pies de Jesús.
Es también la experiencia que nos presenta san Pablo en la segunda lectura (Gálatas 2,16.19-21): vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Él es consciente de que el amor de Jesús que ha salido a su encuentro en el camino de Damasco ha hecho de él un hombre nuevo. No ha tenido en cuenta su pecado cuando ha perseguido con saña a los primeros discípulos de Jesús, le ha entregado su gracia y ha hecho de él un hombre nuevo.
En este Año de la Misericordia debemos aprovechar la llamada que se nos hace a todos a vivir en este amor que transforma y hace nuevas todas las cosas.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona