Mons. Vicente Jiménez Queridos diocesanos:
El domingo, día 12 de junio, en la Basílica del Pilar, a las 17:00 horas, recibirán la ordenación de diáconos los alumnos de nuestro Seminario Metropolitano. D. Néstor Orlando; D. José Orlando; D. Francisco Javier y D. David Julián. Con este motivo gozoso, ofrezco unas orientaciones pastorales sobre el ministerio ordenado del diácono.
En ese domingo nuestra Diócesis de Zaragoza exulta de gozo, porque Dios nos bendice con esta ordenación diaconal. En ese día toma cuerpo y se hace encarnación viva esa historia de amor, que es la vocación al ministerio ordenado, en la que han intervenido muchas personas con rostros concretos y en circunstancias singulares. ¡Cuánta gracia de Dios derramada en el curso de la vida de estos cuatro seminaristas! ¡Qué misterio de amor y belleza el de la vocación al ministerio ordenado!
Para llegar a este momento y dar el paso hacia delante, se han preparado largamente en el Seminario, que es el “presbiterio en gestación”. Por eso hoy es un día de fiesta para la familia del Seminario Metropolitano de Zaragoza. Hoy es día de cosecha de un fruto maduro, de acción de gracias a Dios por el gran regalo que nos hace. ¡Ojalá sea semilla y promesa de nuevos ingresos de jóvenes y no tan jóvenes en el Seminario y un día sean sacerdotes!
Frutos de la pastoral vocacional
Desde esta carta pastoral hago a todos los diocesanos una llamada apremiante para seguir trabajando con mayor ahínco en la pastoral vocacional. Las vocaciones existen, pero hay que buscarlas. Hay crisis de vocaciones, porque hay falta de personas que hagan la llamada. Siempre hay personas que desean escuchar cosas buenas, pero faltan, a veces, quienes se dediquen a anunciarlas (cfr. San Gregorio Magno, Hom 17 sobre los Evangelios). Dios es siempre el que llama, pero es necesario favorecer la escucha y alentar la generosidad de la respuesta. Y vosotros, jóvenes, poneos en actitud de escuchar la voz de Dios y decidle como el joven Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3, 9). No tengáis miedo de seguir a Jesucristo para ser sus sacerdotes. Es un camino de cruz, pero también de gloria.
Ministerio del Diaconado
El diaconado, que reciben nuestros cuatro seminaristas es un ministerio de amor para el servicio de Dios, de la Iglesia y de los hombres. Mediante la imposición de las manos del Arzobispo y la oración de consagración van a ser configurados sacramentalmente con CristoSiervo y van a recibir una gracia especial para encarnar en sus vidas las actitudes del mismo Cristo “que no vino a ser servido, sino a servir y dar la vida en rescate por todos” (Mt 20, 28). Os invito a vosotros, nuevos diáconos, a mirar al Siervo de Yavé, humilde y paciente, que tomó sobre sí nuestros pecados (cfr. Is 53, 3-5); a contemplar a Jesús, el Buen Samaritano (cfr. Lc 10, 33-34), que se inclinó amorosamente sobre el hombre tirado al borde del camino y le curó con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza; a mirar a Cristo, “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil 2, 8), que se inmoló dando su vida (cfr. Mt 20, 18), que dio testimonio de su amor hasta el fin, hasta el extremo (cfr. Jn 13, 1). De este “ser siervo” de Jesús, forma parte el lavatorio de los pies (cfr. Jn 13, 1-17). Esta escena de la vida de Jesús tiene que ser un paradigma en la espiritualidad de diáconos.
Al ser ordenado de diáconos ejercitan un triple servicio, una triple diakonía: la de la Palabra, la de la Eucaristía y la de la Caridad.
Servicio de la Palabra. Por ello, en la ceremonia de ordenación se les entrega el Evangeliario con estas palabras: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado”.
Servicio de la Eucaristía. Como diáconos serán también colaboradores del Obispo y de los sacerdotes en la celebración de la Eucaristía, el gran misterio de la fe. Se les entrega el Cuerpo y la Sangre de Cristo para que los reciban y se alimenten los fieles. Tratan siempre los santos misterios con íntima adoración, con recogimiento exterior y con devoción de espíritu, que sean expresión de un alma que cree y que es consciente de la alta dignidad de su tarea.
Servicio de la Caridad. Como diáconos se les confía de modo especial el servicio de la caridad, que se encuentra en el origen de la institución de los diáconos, como aparece en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (cfr. Hch 6, 1-7). El ministerio de la caridad brota de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia. La Eucaristía lleva a la comunión con Cristo y con los hermanos, especialmente con los más pobres y necesitados. Atender a las necesidades de los otros, solidarizarse con sus gozos y esperanzas, angustias y tristezas, son los signos distintivos de un cristiano y, de modo singular, de un diácono. San Policarpo exhorta a los diáconos: a “ser sobrios en todo, misericordiosos, celosos, inspirados en su conducta por la verdad del Señor que se ha hecho siervo de todos”.
Una señal y estímulo de la caridad pastoral es el celibato, que hoy prometen observar durante toda la vida por causa del Reino de los cielos y para el servicio de Dios y de los hombres. El celibato es un don precioso de la gracia, que el Padre concede a algunos (cfr. Mt 19, 11; 1 Cor 7, 7), para que se consagren sólo a Dios con un corazón indiviso.
Con mi afecto y bendición,
+ Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo de Zaragoza