Mons. Agustí Cortés Sin dejar el clima en el que nos introducía el radiomensaje del papa Pío XII en plena guerra, seguimos soñando con políticos que se asemejen, aunque sea de lejos, al ideal que nos transmite el Evangelio. Continuamos viendo la política y los políticos como formando parte de esa inmensa bondad i humanidad de Dios que se nos ofrece en Jesús, según nos explicaba el documento pontificio Benignitas et humanitas.
En su número 26, prosigue el mensaje describiendo la figura de los políticos que desearíamos:
“(Habrán de ser personas) de sólidas convicciones cristianas, de juicio justo y seguro, de sentido práctico y recto, consecuentes consigo mismas en toda circunstancia”.
Esta exigencia nos resulta muy extraña. En primer lugar, porque, según dicen, vivimos tiempos de “opinión” y no de sólidas certezas. En segundo lugar, porque las convicciones cristianas, nos dicen, o no existen o hay que guardárselas en el ámbito privado. A la primera objeción hemos de responder que, a la vista del auge en el mundo occidental de políticas radicales y extremadas, de uno y otro signo, sospechosamente seguras, la gente tiene hambre de fórmulas claras… No pediremos fórmulas simples y demagógicas que ocultan la complejidad de lo real, sino políticas, que en lugar de enturbiar las convicciones y principios los realicen y los pongan claramente en evidencia.
Respondiendo a la segunda objeción, diremos que, evidentemente, no pediremos que el político haga profesión de fe cristiana (ni siquiera para ganar algunos votos), pero sí afirmamos que los cristianos tenemos el derecho y el deber de reclamar una política que responda a lo que llamamos “el humanismo cristiano”. Lo hemos de hacer, no porque “sea lo nuestro”, sino porque estamos convencidos de que Jesucristo es la plenitud de la humanidad y que el ideal de mundo (trabajo, economía, familia, sociedad, cuerpo, cultura, etc.) y las grandes virtudes que de Él derivan (justicia, solidaridad, amor, humildad, sinceridad, servicio, etc.) son la salvación de toda la humanidad.
Hay que reconocer que ser consecuente y honrado, claro en el pensamiento, recto en la intención y, al mismo tiempo, gozar de sentido práctico, es decir, conocer la realidad y saber moverse en ella, son cualidades, que raramente coinciden y se dan simultáneamente en una misma persona.
Prosigue el mensaje:
“Han de ser de doctrina clara y sana… capaces, en virtud de la autoridad que brota de su pura conciencia y se irradia alrededor, de ser guías y jefes, especialmente en estos tiempos, en que las apremiantes necesidades sobreexcitan la impresionabilidad del pueblo”.
Si además esta persona, que no traiciona su propia conciencia, consigue ser líder, es decir, convencer, aglutinar, motivar, dirigir, entonces nos hallamos ante un tesoro. Sólo le faltaría una última cualidad:
“Personas que en los períodos de transición… se sientan doblemente obligados a hacer circular por las venas del pueblo y del Estado… el antídoto espiritual de los criterios claros, de la bondad diligente, de la justicia igualmente favorable a todos y la tendencia de la voluntad hacia la unión y la concordia nacional dentro de un espíritu de sincera fraternidad”.
A manera de “ceñidor” de todo el vestido personal, como diría la Carta a los Colosenses, el político tendría que hacer circular por las venas del pueblo la sincera fraternidad, mediante virtudes, tales como la justicia universal, la bondad, la paz y la unidad…
Sin exagerar, afirmamos que ser político cristiano es un arduo y valioso camino de santidad. Se entiende que San Juan Pablo II declarara patrón de los políticos a Santo Tomás Moro, que fue santo, no sólo por su vida evangélica, sino también porque murió mártir del servicio público honrado y fiel.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat