Mons. Carlos Escribano La solemnidad del Corpus Christi nos invita cada año a reunirnos en torno a la Eucaristía para celebrar, adorar y mostrar al mundo el gran tesoro que Cristo quiso dejarnos. En esta ocasión vamos a vivir esta fiesta en el contexto del Jubileo de la Misericordia.
En la Eucaristía actualizamos, en efecto, el memorial de la Pascua de Jesús: su entrega hasta la muerte en la cruz por amor a todos los hombres y su resurrección para que todo el crea en él tenga Vida eterna. Si, como dice el papa Francisco, Jesucristo es la misericordia encarnada de Dios, la muerte y resurrección del Señor es la manifestación suprema de la Misericordia de Dios, y, su actualización en la Eucaristía, la fuente permanente e inagotable de la misericordia. Además, en la Eucaristía él mismo Jesucristo se nos da como comida y bebida para hacernos partícipes del amor misericordioso y de la vida misma de Dios. La misericordia no es un añadido en la vida de la Iglesia y de los cristianos; es parte integrante de nuestro ser y de nuestra misión, que brota de la Eucaristía, manantial permanente del amor y de la misericordia de Cristo hacia todos. Nuestra misericordia arraiga y se alimenta en el amor de Dios a la humanidad manifestado y ofrecido en Cristo-Eucaristía; es su prolongación necesaria y tiene una preferencia especial por los más pobres de pan, de cultura y de Dios. Cada cristiano y cada comunidad eclesial han de poner en práctica y no pueden descuidar el servicio de la caridad.
Ese servicio de la caridad, arraigado en la Eucaristía y configurados con ella, nos mueve a vivir una cultura de la compasión. En palabras de los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social para el Corpus de este año, que recojo textualmente en las líneas siguientes, esta cultura supone unas implicaciones prácticas que creo que nos pueden ayudar a vivir esta entrañable fiesta:
- Estar atentos: La compasión nace de tener ojos abiertos para ver el sufrimiento de los otros y oídos atentos para escuchar su clamor. Así pues, “abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio”.
- Acercarnos: Es un criterio que subraya Francisco: «La proximidad como servicio al prójimo, sí; pero la proximidad también como cercanía». «Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad».
- Salir al encuentro: «[El camino de la Iglesia es] no sólo acoger e integrar, con valor evangélico, a quienes llaman a la puerta, sino salir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los alejados, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros gratuitamente hemos recibido».
- Curar las heridas: Ante el sufrimiento no basta la indignación. Tampoco basta acoger. Hay que curar las heridas, aliviarlas con el óleo de la consolación, vendarlas con la misericordia y curarlas con la solidaridad y la debida atención.
- Acompañar: «La compasión auténtica se hace cargo de la persona, la escucha atentamente, se acerca con respeto y verdad a su situación, y la acompaña en el camino. El verdaderamente misericordioso y compasivo se comporta como el buen samaritano».
- Trabajar por la justicia: «Practica la justicia, ama la misericordia y camina humildemente con tu Dios» (Mi 6,8). Este precioso mensaje del profeta Miqueas es recogido por Cáritas en el lema de su campaña institucional «Vive la caridad, practica la justicia», recordándonos así que la primera exigencia de la caridad hecha compasión es la justicia.
Os invito en esta celebración del Corpus a hacer de nuestra vida una existencia eucarística; es decir, una ofrenda de amor a Dios, que se haga servicio de amor a los hermanos en las obras de misericordia
+Carlos Escribano
Obispo administrador diocesano de Teruel y Albarracín
Obispo electo de Calahorra, La Calzada – Logroño