Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos:
La semana pasada subrayaba brevemente algunas de las luces y sombras de la actual situación de la familia, de las que el Papa Francisco trata en el capítulo segundo de su Exhortación La alegría del amor.
Juzgo útil detenerme hoy en algunas de las causas que están en la raíz de las sombras que descubrimos en la institución familiar y también en la matrimonial. Unas son de carácter ideológico y otras caen en lo que podemos llamar insuficientes o erróneas políticas familiares.
Entre las primeras ocupa un lugar principal una falsa concepción de la libertad humana. A este respecto Papa Francisco habla de la confusión, bastante generalizada hoy, entre una genuina libertad y una falsa idea de la misma; según esta errónea concepción de la libertad, “cada uno juzga como le parece, como si más allá de los individuos no hubiera verdades, valores y principios que nos orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse” (n. 34). Si se acepta esta idea de libertad, entonces es fácil comprender que cada uno tendrá por matrimonio o familia lo que se le antoje, resultando así tantas maneras de entenderlos como personas existen. Todas serían igualmente válidas, verdaderas y legítimas.
Otra raíz ideológica de la crisis actual del matrimonio y familia reside en la llamadas teoría de género, la cual, afirma el Papa, vacía el fundamento antropológico de uno y otra y, privados él no se sostienen en pié o cambian completamente de aspecto. Según esta teoría de género, la identidad personal poco o nada tiene que ver con la diversidad biológica, cuando, por el contrario, todos sabemos bien que esa diversidad es un dato fundamental en la definición de la propia identidad. También aquí la falsa idea de libertad de que hablaba más arriba juega un papel determinante. En efecto, según la “teoría de género, la identidad personal vendría “determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo” (n. 56). Todo ello conduce inevitablemente a lo que el Papa llama “deconstrucción jurídica de la familia” (n. 55): la misma legislación civil “facilita el avance de una multiplicidad de alternativas, de manera que un matrimonio con notas de exclusividad, indisolubilidad y apertura a la vida termina apareciendo como una oferta anticuada entre muchas obras” (n. 53).
Junto a estas raíces ideológicas tenemos otras de carácter práctico que toman forma en políticas familiares insuficientes o erróneas, con frecuencia, contrarias a la naturaleza misma del matrimonio y de la familia. Se lamenta por ello el Papa de que “con frecuencia las familias se sienten abandonadas por el desinterés y la poca atención de las instituciones” (n. 43), y sufren sus consecuencias, que se hacen evidentes en campos diversos: “desde la crisis demográfica a las dificultades educativas, de la fatiga a la hora de acoger la vida naciente a sentir los ancianos como un peso, hasta el difundirse de un malestar afectivo que a veces llega a la violencia” (n. 43). Las consecuencias de esas insuficientes o equivocadas políticas familiares se hacen notar también en la falta de vivienda a la que “la familia tiene derecho” (n. 44); en los inadecuados horarios de trabajo que no facilitan la vida familiar; en las políticas migratorias (n. 46); en aquellas otras relativas a “las familias de las personas con discapacidad” (n. 47) o de las familias sumidas en otros tipos de miseria (n. 49).
Frente a las políticas familiares insuficientes o contrarias a la verdad más elemental del matrimonio y la familia, el Papa recuerda con vigor que no se favorece en absoluto el bien común cuando se debilita a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio (cf. n. 52); proclama que “las uniones de hecho o entre personas del mismo sexo, no pueden equipararse sin más al matrimonio” (n. 52) y reafirma la doctrina de la Iglesia que rechaza con todas sus fuerzas las intervenciones coercitivas del Estado en favor de la anticoncepción, la esterilización e incluso el aborto” (n. 42).
+ José María Yanguas
Obispo de Cuenca