Mons. Jaume Pujol En el cristianismo no hay fórmula y gesto más repetido que hacerse la señal de la cruz, mientras se dice: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.»
Se invoca a las tres divinas personas, que son un solo Dios, mientras nos llevamos los dedos a la frente, al pecho, y a los hombros, izquierdo y derecho, trazando sobre nosotros el signo de la cruz, en memoria de la Santísima Trinidad y a la vez de la crucifixión de nuestro Redentor.
Es un signo con el que comienza y termina la Santa Misa, el que se emplea en el Bautismo, el que mucha gente hace por devoción cuando mira a un crucifijo o pasa frente a una iglesia, o también al salir de casa o al bendecir la mesa… El que vemos hacer a menudo a muchos futbolistas cuando saltan al césped para jugar un partido.
Es el mayor resumen posible de nuestra fe cristiana, y por su sencillez, es lo primero que los padres creyentes enseñan a sus hijos cuando apenas dejan de ser unos bebés.
Al mismo tiempo el dogma de la Santísima Trinidad supone el mayor reto para una inteligencia humana si se encierra en sí misma y no se abre a lo sobrenatural. Los teólogos de todos los tiempos se han esforzado en profundizar en esta realidad trinitaria: tres personas y un solo Dios, y al final llegan a una misma conclusión: la llave que abre esta verdad, que permanece escondida al pensamiento lógico, es la fe.
Para un racionalista, esta conclusión es como hacerse trampas al solitario: cuando no hay carta vencedora, se invoca la fe y así se gana la partida. Pero es que justamente sucede que en la vida espiritual no jugamos al solitario, sino que jugamos con Dios. No estamos encerrados entre las cuatro paredes de una habitación sin luz, sino que la habitación tiene ventana, como decía Benedicto XVI en una de sus lúcidas reflexiones sobre fe y ciencia.
Creer exige ser humildes, reconocer que no somos los inventores del mundo, comenzando por la propia vida. ¿Por qué creemos en la Santísima Trinidad? La respuesta es: porque Jesucristo nos la reveló. Es un gran misterio, como la Eucaristía, pero –como escribió Santo Tomás de Aquino- nada hay más verdadero que esta palabra de verdad.
En esta festividad que la Iglesia coloca en el domingo que sigue al de Pentecostés, hagamos un acto de asentimiento a la Santísima Trinidad, centro de nuestra vida cristiana.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado