Mons. Gerardo Melgar Queridos diocesanos:
Cada vez que rezamos la Salve a la Virgen decimos: “Dios te salve, Reina y Madre de misericordia”; de este modo, con todo el amor de hijos, la llamamos Reina de misericordia y Madre de misericordia. María reconoce (y así lo proclama en el texto evangélico del Magnificat) que ella es fruto de la misericordia divina: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. La Virgen, reconociendo su pequeñez, es consciente que Dios ha hecho obras grandes en ella y, mirando su humildad, ha querido que fuera su Madre. Y todo ello no ha sido fruto de su gran valía ni de sus cualidades sino fruto de la misericordia divina que ha mirado su pequeñez y la ha ensalzado por encima de todas las criaturas.
Desde su vida diaria y desde su vida de fe, la Virgen proclama la misericordia de Dios. María manifiesta que Dios tiene un corazón lleno de ternura, de amor, de compasión y de misericordia; Ella vive con la certeza de que Dios tiene un corazón lleno de misericordia que rezuma de ternura ante las necesidades de sus hijos. Pero María no sólo es consciente y vive de verdad esta identidad profunda de Dios sino que, como reza el lema del Jubileo de este Año Santo: “Misericordiosos como el Padre”, se siente llamada a ofrecer esa misma misericordia a los demás. De este modo, por acoger en todo momento la misericordia de Dios con ella y por ofrecerla a los demás, ha merecido que nosotros la proclamemos como Reina y Madre de misericordia.
Ella no sólo recibió y gustó la misericordia de Dios personalmente sino que, como queda dicho, se sintió llamada a ser misericordiosa con los demás, a ofrecer esa misma misericordia a todos, especialmente a aquellas personas que pudieran estar más necesitadas. Así, ante la necesidad de su prima Isabel que la necesitaba en el momento de dar a luz a Juan el Bautista, ella deja todo lo suyo y se va para ofrecerle su ayuda. María asiste como invitada con Jesús y sus discípulos a la boda que se celebra en Caná de Galilea; cuando los novios están a punto de pasar por un gran apuro, pues se les está acabando el vino de fiesta y van a quedar en ridículo ante todos los invitados, María, con gran espíritu de servicio y de misericordia, se dirige a Jesús para que Éste obre su primer milagro. Del mismo modo, cuando Cristo ha muerto y sus discípulos han quedado desolados, ella sirve de lazo de unión entre ellos y les ayuda a mantenerse en la fe y en la esperanza.
Estos tres ejemplos nos ayudan a entender cómo María supo acoger la misericordia de Dios y la supo ofrecer a los demás. Por eso, en Ella encontramos un verdadero modelo a seguir en este Año Santo de la misericordia. También a nosotros, como al maestro de la ley del pasaje evangélico, el Señor nos dice: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37) Lo mismo que hizo el buen samaritano, lo que vemos reflejado y vivido en María, debemos hacerlo nosotros: practicar la misericordia con todos los que viven a nuestro lado llevando a la práctica las obras de misericordia.
Que Maria, Reina y Madre de misericordia, interceda por nosotros.
+ Gerardo Melgar Viciosa
Administrador diocesano de Osma-Soria
Obispo electo de Ciudad Real