Hemos experimentado en nuestra propia carne la misericordia de Dios, pero también se nos pide que la demos a conocer, que para esto hemos pasado por la puerta de Cristo, para ser sembradores de alegría y felicidad. Pero antes es necesario poner paz en la propia casa, limpiarnos de todos los enredos que puedan distorsionar nuestro corazón, ser libres… y pedir perdón en el Sacramento de la Reconciliación, confesar nuestros pecados. Entonces, ya estaremos dispuestos, porque “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia… es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza”, dice el Papa Francisco (MV 10).
Jesucristo Resucitó y, por los méritos de su pasión y muerte, por la gracia de Dios, nosotros resucitaremos. Su muerte en la Cruz no fue una derrota, sino una victoria; que al Señor lo sepultaron, pero no le vencieron, es verdad que tiene las marcas de la pasión en sus manos y en su costado, pero ¡vive! y en todos los rincones de la tierra se está cantando y proclamando el triunfo de Jesús: “¿Dónde está, muerte, tu victoria?” ¡Ha Resucitado el Señor! Espabilad, hermanos, llenaos de alegría, que hay esperanza, que tendremos un mañana y millones de razones para confiar. Jesús resucitó y estamos llamados a gozar de su misma vida, ya no hay miedo ni temor que pueda con nosotros, porque la resurrección de Cristo ha transformado en alegría y gozo nuestros miedos, ¡somos del Resucitado, somos de la alegría! Es lo que vivieron los apóstoles en las apariciones, de esta experiencia es de donde sacaron las fuerzas para anunciarle.
El Evangelio que narra esta primera aparición a los discípulos, convertidos en apóstoles, tiene una clara intención de hacernos bien, es para que crezcamos en la fe. Ya hemos escuchado la dificultad de Tomás, que si no ve no cree, es la dificultad de muchos, poner condiciones, pero el Señor las resuelve para que tengamos garantía de la seguridad de nuestra fe; Jesús se acerca y le pide que toque sus llagas, los signos de la Pasión. ¡Tendrá Dios interés por nosotros que se abaja a nuestra incredulidad y, como a Tomás, nos pide que le toquemos sus llagas! Esta es una pista para el futuro, sentir cercanas las llagas de Dios, las que llevan muchos hermanos, que son el camino para ver el rostro de Cristo.