Mons. Ricardo Blázquez El día 11 de abril de 2015, coincidiendo con la fiesta de la Divina Misericordia, convocó el Papa Francisco, promulgando la Bula “Misericordiae vultus”, el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que hemos comenzado el día 8 de diciembre. Nos invita a tener la mirada fija en la Misericordia de Dios para poder ser nosotros también signos de la Misericordia del Padre. Es una llamada muy oportuna en nuestro tiempo, desgarrado por tantas contiendas, injusticias, rechazos, exclusiones; hay tantos muros que deben ser abatidos para tender puentes de paz y reconciliación. Este año celebramos el día 3 de abril con un subrayado especial el II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, introducido por el Papa Juan Pablo II movido por la experiencia que había tenido en su Diócesis de Cracovia.
Para la carta de esta quincena quiero fijarme en el relato de la Pasión de nuestro Señor Jesucristosegún San Lucas, que fue proclamada el Domingo de Ramos, siguiendo la distribución de las lecturas en tres ciclos, según la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II. Hay en la redacción lucana de la Pasión varios detalles que convergen con el Año de la Misericordia.
La Pasión fue, con toda probabilidad, la primera narración sobre la historia de Jesús, a la que se fueron uniendo otros recuerdos sobre Él, que conformaron los Evangelios actuales. Por este motivo se ha podido afirmar que los Evangelios son relatos de la Pasión con una larga introducción (S. Guijarro). Estos relatos no son únicamente crónica de lo acontecido sino también interpretación creyente de los mismos. En la Pasión se nos transmite el sentido de los acontecimientos, por lo cual hallamos frecuentemente alusiones a la Sagrada Escritura, en la que está consignado el designio salvífico de Dios que culmina en el Triduo Pascual de Jesús o de otra manera en el “Triduo del Crucificado, del Sepultado y del Resucitado”.
San Lucas en la narración de la Pasión de Jesucristo contiene varios rasgos que manifiestan entrañablemente la misericordia del Señor. Recojo a continuación algunos.
a) En la cena de despedida Jesús entregó a los discípulos su cuerpo y sangre como su memorial. Sólo entre los sinópticos Lucas contiene en el relato de la Pasión el mandato de memoria (cf.Lc.22,19). Los discípulos en la memoria eucarística actualizan la entrega de Jesús consumada en la cruz, y la estructura litúrgica será en forma de banquete de la última cena, en contexto de oración. El Señor en la Eucaristía nos ha dejado el memorial de su pasión, en que se actualiza su sacrificio como fuente de gracia y de perdón. En la misma sección de la cena pascual Jesús se presenta como el servidor que está en medio de nosotros (cf. Lc. 22,27). Seguir a Jesús, recordar su cruz y su entrega al Padre por nosotros nos pide que nosotros también vivamos y convivamos con otros como servidores.
b) El anuncio y el hecho de las negaciones de Pedro contienen algunos detalles que deben ser particularmente puestos de relieve. Al anuncio de las negaciones une Jesús una promesa dirigida personalmente a Pedro: “Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos” (Lc.22,32). A pesar de sus negaciones, Jesús promete a Pedro la gracia de confirmar en la fe a los demás hermanos. El Papa Francisco, sucesor de Pedro, se ha presentado a veces como un pecador de quien Dios ha tenido misericordia. Esta fue la situación de Pedro; ésta es también nuestra situación. Hay un detalle conmovedor: Después de haber negado Pedro a Jesús tres veces, el Señor miró entrañablemente a Pedro, y éste saliendo afuera lloró amargamente (cf.Lc.22, 61-62). La mirada de Jesús no es de condenación sino de compasión. Para corregir es más poderosa la misericordia que la acusación. No fue una mirada de ira sino de amor y de amistad. ¡Dejémonos mirar compasivamente por Jesús!
c) La crucifixión de los dos ladrones al lado de Jesús es una escena propia de Lucas; resalta por una parte la inocencia de Jesús y por otra la eficacia de su muerte para el perdón. Quien había vivido robando murió “robando” el paraíso. Jesús desde la cruz le promete la vida eterna cuando los dos están expirando. El Señor puede perdonar siempre, todo y a todos. Imploremos también nosotros el perdón y la misericordia; cada minuto, también el último, es precioso al lado de Jesús.
d) Jesús muere perdonando no sólo a quien lo solicita sino también a quienes lo han crucificado y lo insultaban: “Padre perdónalos” (Lc.23,34). ¡Qué forma de morir tan sublime: En lugar de clamar venganza, ofrece perdón Is.53,12 (“Intercedió por los pecadores”) halla en Jesús el supremo cumplimiento. Nos dejó el ejemplo de no actuar con rencor sino sofocando el odia en el corazón. (cf. Act.7,60; 1Ped. 2,23; 2Cor. 5,19). Dios Padre estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo. Jesús nos ha dejado el ejemplo de su generosidad admirable perdonándonos, para que sigamos sus huellas. El que ha sido perdonado no puede continuar viviendo sin perdonar. Recordemos el lema del Año de la Misericordia “Sed misericordiosos como vuestro Padres es misericordioso” (Lc.6,36).
e) “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc.23,46) Al final de su existencia Jesús no grita su abandono, sino expresa su confianza filial; o dicho de otra forma, triunfa la confianza en el Padre por encima de su silencio. Las primeras palabras de Jesús en que declara que cumplir la voluntad del Padre era lo absoluto y primordial para él (Lc. 2,42) se unen a las últimas pronunciadas desde la cruz a punto de morir. Jesús confía en el Padre, cumple su encargo y a EL confiadamente devuelve su vida. ¡Qué ejemplo de vida y de forma de morir nos ha dejado el Señor! San Lucas en su Evangelio ha resaltado particularmente esta relación confiada de Jesús con Dios y la relación compasiva con nosotros. En el Año de la Misericordia aprendamos de Jesús a vivir y a morir, a vivir filialmente y a perdonar a los demás.
Terminamos con las palabras del Salmo: “El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades”. (Sal. 100,5).
+ Ricardo Blázquez
Cardenal Arzobispo de Valladolid