Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos:
Al caer este año la solemnidad de san José en las vísperas del Domingo de Ramos, domingo más cercano a la fiesta del santo Patriarca, la tradicional celebración del día del Seminario se adelanta a este domingo día 13. Es una fecha que revive en todos un movimiento de simpatía hacia esta institución en la que se forman los jóvenes sacerdotes que cuidarán mañana de nuestras comunidades cristianas y llevarán sobre sus hombros una parte importante de la alegre misión de anunciar a todos los hombres la Buena Nueva.
El Seminario es, en efecto, el taller en que se forja la cabeza y el corazón de los futuros sacerdotes. En los años de seminario se trata de ir configurando la personalidad de los jóvenes seminaristas con la de Cristo, Señor Nuestro, “mayoral de los pastores”, con el fin bien preciso de hacer de ellos imagen lo más perfecta posible del Buen Pastor.
Se trata de que quienes se preparan para el sacerdocio vayan conociendo cada vez mejor a Jesucristo y su doctrina, de que vayan entrando en su intimidad y de que aprendan a gozar de su amistad. Es tiempo el del seminario para afianzarse en el seguimiento generoso y decidido del Maestro, hasta convertirse en verdadero discípulo suyo. Es tiempo para crecer en espíritu eclesial, para reconocerse y sentirse miembro del Cuerpo de Cristo, del Pueblo Santo de Dios, parte de una comunidad viva que celebra y vive el amor de Dios. Tiempo para forjar el temple apostólico y encenderse en el fuego abrasador del celo por el bien, humano y sobrenatural, de todos los hombres. Es tiempo de primavera que prepara los frutos maduros y sabrosos del verano. Requiere por parte de todos oración perseverante y sacrificio generoso; pide de los formadores exquisito cuidado y atención personalizada; exige de los seminaristas docilidad madura, voluntad firme para dejarse formar, interés y empeño por recorrer el camino hacia el sacerdocio sin recurrir a cómodos atajos.
Gracias a Dios, se observan signos del renacer de las vocaciones que permiten encarar con mayor optimismo el futuro. Hemos de pedir al “dueño de la mies” que confirme esos indicios. También en nuestra diócesis de Cuenca nutrimos nuevas esperanzas que hasta no hace mucho parecían infundadas. Quizás es ahora cuando fructifican la oración, el sacrifico y el trabajo de quienes nos han precedido. Sea como fuere, damos rendidas gracias a Dios Nuestro Señor por las nuevas vocaciones.
En el Año Jubilar de la Misericordia, el Día del Seminario tiene como lema tres palabras que expresan bien la misión del sacerdote: “Enviados a reconciliar”. Enviados a reconciliar a los hombres con Dios, para trabajar y disponer sus corazones de modo que se abran a la Misericordia de Dios que llena el alma de alegría permanente. Enviados, también, para reconciliar a los hombre entre sí, facilitando el abrazo filial con el Padre que reconcilia y perdona, y el cálido encuentro con los hermanos.
Os invito a todos, queridos hermanos, a orar en este Día del Seminario por nuestros jóvenes y adolescentes de los Seminarios de San Julián y de Santiago Apóstol de Cuenca. Pido a los padres que reciban con reconocimiento y alegría, ¡como un tesoro!, la posible vocación de sus hijos. Ruego a las parroquias y comunidades cristianas que no descansen en su petición hasta obtener de Dios Nuestro Señor el don de nuevas vocaciones sacerdotales salidas de entre sus filas. Con todos vosotros me dirijo a San José, Padre nutricio de Jesús, esposo de María, patrono de la Iglesia y de las vocaciones sacerdotales para que nos las alcance − numerosas, fieles, alegres−, de la infinita misericordia del Padre. Gracias a todos por vuestra colaboración.
+ José María Yanguas
Obispo de Cuenca