Mons. Joan E. Vives Bajo la protección de S. José, el custodio de Jesús y de María, y cerca de su fiesta, celebramos el Día del Seminario. Es una ocasión acertada para que la Diócesis conozca y encomiende a los 6 jóvenes que se están preparando para acceder al ministerio ordenado, así como a sus formadores y profesores, y todo lo que significa y va realizando esta institución tan querida del Obispo, que se encarga de la formación sacerdotal de sus nuevos pastores. Ellos sienten la llamada a configurarse con Cristo, como apóstoles suyos, enviados a ser testigos de misericordia, «enviados a reconciliar«, como expresa el lema del Día del Seminario 2016.
En este año Jubilar de la Misericordia, cuando todos somos invitados a redescubrir el gran don del perdón y de la misericordia que tanto necesitamos, y percibimos que sólo la misericordia del Padre celestial renovará y salvará el mundo tan lleno de heridas y pecado, nos damos cuenta y agradecemos que este perdón, Jesús lo quiera hacer llegar a todos, a través de sus sacerdotes. La Iglesia nos transmite el amor de Dios y su perdón, y lo hace especialmente por medio de sus sacerdotes. Ellos son los brazos que sostienen, el corazón que late, el abrazo que reconcilia y abre al encuentro con Dios. Ellos son la voz de la Palabra, para que todos conozcan cuánto se les quiere y acoge por parte de Dios. El sacramento del perdón es un encuentro maravilloso, entre Dios, que nos quiere perdonar, y nosotros que, arrepentidos, volvemos a Él. Y los sacerdotes son el abrazo del Padre para todos.
Actualmente en España tenemos 1.203 seminaristas menores, en edades adolescentes, y 1.297 seminaristas mayores que ya cursan los estudios de filosofía y teología. El curso pasado eran 1.142 y 1.357 respectivamente. Unos suben y otros bajan un poco de número. Pero las ordenaciones sacerdotales, que son el fruto maduro del Seminario, han crecido de los 117 nuevos sacerdotes del 2014, a los 152 ordenados en 2015. Un incremento muy considerable que ayuda a entender la bajada de los seminaristas mayores en este curso. Damos gracias a Dios por lo que reflejan estas cifras. Cada seminarista es un pequeño milagro de la gracia divina, que lo ha trabajado y conducido desde la familia, la parroquia o el movimiento apostólico, y por medio de oración, voluntariados de servicio, experiencias espirituales y conversiones grandes o pequeñas que ha tenido a lo largo de su camino de vida y de fe. Cristo ha venido realizando en cada uno de ellos un bordado delicado de amistad. Cada seminarista, cada nuevo presbítero, enviado a reconciliar las personas con Dios, es un signo patente que Dios no nos abandona, que su misericordia se continúa ofreciendo a todos, y que nos envía pastores según su Corazón divino, que amarán y servirán a los pecadores, los pobres, las comunidades cristianas y al anuncio entusiasmante del Evangelio de la alegría a los que aún no lo conocen.
Oremos por los sacerdotes y sobre todo para aquellos que se preparan a recibir la ordenación, para que Dios les haga instrumentos humildes y fieles de su misericordia, y los envíe a reconciliar, curar heridas, a trabajar en el hospital de campaña que es el Iglesia misionera, enviada a todas las periferias del mundo. Y roguemos también por las vocaciones sacerdotales, por que Dios nos regale testigos misericordiosos del amor de Dios.
+ Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell