Mons. Joan E. Vives El Papa Francisco quiere que la Cuaresma de este año Jubilar sea vivida «con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (M.V. 17). E invita a escuchar la Palabra de Dios y participar en la iniciativa de oración continuada el día 4 de marzo «24 horas para el Señor«, porque la Palabra se debe leer y escuchar desde la oración. La misericordia de Dios, hay que experimentarla y luego anunciarla, y captar así la cercanía de Dios y de su perdón, que todo lo transforma.
«¡Lo que yo quiero es amor y no sacrificios!» (Mt 9,13). Estas palabras de Jesús son las elegidas por el Papa como lema de su Mensaje para la Cuaresma. Y subraya que hay que reflexionar y vivir las catorce obras de misericordia en el camino jubilar, desarrollando tres reflexiones.
- En primer lugar propone el ejemplo de la Virgen María, que después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, canta proféticamente el Magnificat, la misericordia con la que Dios la ha escogido. Ella es el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. Misericordia significa tener entrañas maternales y actuar con una bondad generosa, fiel y compasiva. Siempre aprendiendo de la Virgen María.
- En segundo lugar, recuerda «el misterio de la misericordia divina», ya que la alianza de Dios con los hombres es una historia de misericordia. Una alianza entre Dios -siempre rico en misericordia y ternura- y su pueblo, que llega a la cima en Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (M.V. 8).
- Ya como tercera reflexión, el Papa destaca la importancia de las obras de misericordia corporales y espirituales, que nunca debemos separar entre sí. Y subraya el anhelo de que se despierte la conciencia del Pueblo cristiano, a veces aletargada ante el drama de la pobreza, para entrar aún más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina (cf. M.V. 15).
Y añade que el pobre es la carne visible de Cristo, llagado, flagelado, desnutrido… para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos. Los pobres, y especialmente los que sufren a causa de su fe, son los hermanos de Cristo. El Cordero Inocente continúa sufriendo en todos ellos. Asimismo después de poner en guardia contra la «esclavitud del pecado», que empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, pide que miremos al pobre Lázaro, que mendiga en la puerta de casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo, que en los pobres se hace mendigo de nuestra conversión. Es necesario que reaccionemos ante aquellas formas sociales y políticas, así como aquellas ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para ser utilizada. Y denuncia las estructuras de pecado vinculadas a un falso modelo de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, que nos hacen indiferentes a los pobres.
+ Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell