Mons. Francesc Pardo i Artigas Las tres primeras obras de misericordia.
Precisamente este domingo se nos propone colaborar con la campaña de Manos Unidas en su lucha contra el hambre en el mundo y las causas que lo provocan.
Pese a estar acostumbrados, hacen estremecer las cifras de los organismos internacionales sobre el hambre y la desnutrición de niños y adultos en muchos países. No olvidemos que la desnutrición infantil y la falta de alimentación adecuada son realidades muy cercanas, si bien, sin la gravedad con que se presenta en otros países, en los campos de refugiados o por los caminos de la inmigración.
¿Y qué decir de la sequía en muchos puntos de la tierra y de la falta de agua en zonas particularmente áridas, sobretodo en África. Sin olvidar el grave problema de la contaminación de los acuíferos, de los ríos, mares y océanos, por muchas y diversas causas?
Como contrapunto, en algunos países, “la sociedad del bienestar”, únicamente piensa en aumentar dicho bienestar material, aunque sea incrementando las desigualdades que conducen al hambre y a no disponer de los recursos necesarios para una vida digna.
Fijémonos en aquello que más se valora en muchos colectivos de nuestro mundo occidental. Las asociaciones que más crecen en número son las que podemos llamar “amigos de la buena mesa, del buen vino y de otros víveres”. Los restaurantes “estrellados” se han convertido en puntos de peregrinaje casi “religioso”. Y conste que hay que valorar el esfuerzo de los restauradores en todos sus aspectos. Cada vez más las dietas y los cursos para adelgazare se consideran imprescindibles, mientras que son muchas las personas que han de estar a dieta estricta desde su infancia, no por razones de salud, sino debido a no disponer de los alimentos necesarios.
Hay que reconocer que ha crecido la sensibilidad y la colaboración con las entidades e instituciones eclesiales y no eclesiales que dan respuesta a dichas necesidades. Pero no es suficiente. Debemos convertirnos y mostrar, como cristianos, con hechos concretos, que el amor y la ternura de Dios llegan a tantas personas que padecen hambre, sed y que necesitan abrigo. ¿Cómo?
– Colaborando con las instituciones que han asumido como misión dar respuestas efectivas al problema. Pensemos en Manos Unidas, Caritas, Banco de Alimentos, otras ONG…
– Convirtiendo en donativos no solo algo con que anestesiar la responsabilidad, sino un tanto por ciento de los gastos que durante el año realizamos en comida, bebida y vestido. Hagamos el ejercicio de sumar lo que realmente gastamos en alimentos y vestido, y pongámonos el deber de dar un tanto por ciento (en relación a dichos gastos), repartiéndolo entre las instituciones citadas. Muy especialmente entre aquellas instituciones que procuran dar respuestas inmediatas y ofrecer programas de desarrollo a personas y colectivos. También a aquellas que ofrecen alimentos, bebida y vestido de una forma digna.
– Exigir a las administraciones públicas y a aquellas en que compartamos responsabilidad, que hagan efectivo el 0,7% de los presupuestos para destinarlo al desarrollo de personas y pueblos.
– Estar convencidos que los donativos (también el voluntariado) no son favores, sino una actitud de justicia.
– Al mismo tiempo, estas situaciones de falta de recursos vitales, nos han de conducir a revisar nuestra propia vida, con frecuencia no demasiado austera y volcada al consumismo.
Vivamos la misericordia que Dios nos ofrece para ejercer misericordia, que va más allá de la justicia.
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona