Mons. Juan Antonio Menéndez La asociación católica “Manos Unidas-Campaña contra el hambre en el mundo” vuelve a poner delante de nosotros las cifras astronómicas de las personas que padecen hambre en el mundo y que mueren como consecuencia de la malnutrición, de la sequía y de la falta de higiene. Nos parece imposible que en la segunda década ya del siglo XXI estemos igual o peor en algunos casos que en el siglo XX que hemos dejado atrás.
Como cristianos esta realidad nos interpela porque el Señor nos dice hoy como dijo a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer” (Luc 9,13). Al decirnos esto Él no se desentiende de la tarea que nos encomienda; lo que quiere es que utilicemos todas nuestras cualidades personales, especialmente la inteligencia y la razón para que los recursos naturales de la tierra se ordenen al servicio de la dignidad de las personas, del desarrollo integral del hombre y del progreso de los pueblos. Es necesario, como nos ha dicho el Papa Francisco, apostar por una ecología integral e inclusiva en la que se considere que el desarrollo humano y la liberación de la pobreza están íntimamente unidos al sostenimiento ecológico del planeta. Es más, sólo se podrá tener un desarrollo sostenible del planeta si al mismo tiempo se respeta la vida humana en todas sus etapas del desarrollo, la familia como célula básica de la sociedad y la austeridad en el uso y disfrute de los bienes de la tierra. El respeto a la vida incluye el que todos los hombres, especialmente los niños, tengan el alimento necesario para poder subsistir.
Desde hace más de medio siglo, Manos Unidas está haciendo todo lo posible para parar el hambre desarrollando proyectos para la promoción de las personas en situación de exclusión social y pobreza. El trabajo gratuito de los voluntarios, la solidaridad de los colaboradores y los proyectos que ejecutan en todo el mundo dan fe de esta siembra de solidaridad y de cooperación que da fruto. Sin embargo parece que el número de las personas que padecen hambre o exclusión social se estanca y en algunos países aumenta. En este sentido son muy alentadoras y claras las palabras que el Papa pronunció ante los senadores del Congreso de los Estados Unidos de América animando la lucha contra la pobreza y el hambre en el lugar donde se toman decisiones que afectan directamente a este problema: “¡Cuánto se viene trabajando en estos primeros años del tercer milenio para sacar a las personas de la extrema pobreza! Sé que comparten mi convicción de que todavía se debe hacer mucho más y que, en momentos de crisis y de dificultad económica, no se puede perder el espíritu de solidaridad internacional… La lucha contra la pobreza y el hambre ha de ser combatida constantemente, en sus muchos frentes, especialmente en las causas que las provocan.”
Queridos hermanos: Os invito a “sembrar para parar el hambre” como reza el lema de la campaña de este año. Pongamos nuestra “semilla” personal que es el donativo como fruto de alguna renuncia o del importe del ayuno del primer viernes de febrero. En el Año Jubilar de la misericordia se nos recuerda especialmente a los católicos que hemos de poner en práctica las obras de misericordia entre las que se incluye: “Dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento”. Hagamos un esfuerzo por compartir no sólo de lo que nos sobra sino incluso de aquello que nos hace falta. La generosidad es una siembra que da un doble fruto: en prójimo que recibe el beneficio directamente y en la propia persona que la hace más humana, más alegre, más sensible y solidaria con los problemas de la humanidad y de la tierra.
Imitemos la misericordia de nuestro Dios que “Siendo rico por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8.9). Contemplemos cómo Jesús tenía como principal alimento hacer la voluntad del Padre. Y la voluntad de Dios es que todos sus hijos tengan las mismas oportunidades de vivir dignamente. Colaboremos con el proyecto de Dios y entreguémonos en cuerpo y alma a los pobres y a los hambrientos de justicia porque quien se entrega y lucha por la verdad y la justicia se hace rico en felicidad y alegría.
Con mi afecto y bendición.
+ Juan Antonio Menéndez,
Obispo de Astorga