Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos:
El próximo día 2 de febrero en la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen María la Iglesia celebrará como todos los años la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. En la misma fecha quedará clausurado el Año a lo largo del cual la Iglesia ha querido poner ante nuestros ojos esta importantísima realidad eclesial. En nuestra diócesis de Cuenca la clausura de este Año de la Vida Consagrada tendrá lugar el domingo día 7 de febrero con una solemne Eucaristía que celebraré personalmente en la parroquia de San Esteban a las 17.00 hs.
Todos los que hemos sido bautizados en Cristo y hemos recibido la unción del Espíritu hemos quedado consagrados a Dios, para hacer de nuestras vidas un sacrificio de suave olor agradable a Dios Nuestro Señor. Pero de entre los hombres y mujeres que han recibido la unción del Espíritu, algunos abrazan lo que llamamos “vida consagrada” como una forma especialmente elevada de vivir las exigencias bautismales. Dicha “vida consagrada” se concreta en la práctica de la castidad perfecta, de la pobreza y de la obediencia, virtudes que se designan en la Iglesia como “consejos evangélicos”. El Concilio los define bellamente al presentarlos como una manifestación espontánea de la libérrima acción del Espíritu Santo. De manera que, si bien la vida consagrada no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, sin embargo forma parte de la vida y de la santidad de la misma. Por eso desde el principio, la Iglesia pudo ver cómo, bajo la poderosa acción del Espíritu Santo, se multiplicaba el número de los cristianos que se decidían a vivir esos consejos movidos por el deseo de vivir plenamente la vida cristiana. Se desarrollaron así formas de vida solitaria o comunitaria, y fueron surgiendo familias religiosas que, como dice el Concilio, “ofrecen a sus miembros las ventajas de una mayor estabilidad en el género de vida, una doctrina experimentada para conseguir la perfección, una comunión fraterna en el servicio de Cristo y una libertad robustecida por la obediencia, de tal manera que puedan cumplir con seguridad y guardar fielmente su profesión y avancen con espíritu alegre por la senda de la caridad” (Gaudium et spes, 43). ¿Acaso no es la alegría una característica de las comunidades de vida contemplativa que sorprende positivamente a cuantos las visitan?
En la Iglesia hemos de rezar unos por otros para sostenernos en la fidelidad al Señor que nos ha llamado y para poder cumplir la misión que a cada uno ha confiado. En esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada hemos de pedir especialmente por los hombres y mujeres que siguen al Señor por la vía de los consejos evangélicos. Para la Iglesia y para el mundo representan un tesoro precioso. Son como los bosques amazónicos, o como los cascos polares, verdaderos reguladores climáticos. Si se destruyen, si desaparecen o se reducen resultan consecuencias funestas para todo el planeta. Lo mismo ocurre con la Vida consagrada en la Iglesia. La necesitamos como verdadera reserva de oración, de vida penitente gozosamente entregada, como lámpara que brilla día y noche en el templo del Señor, estimulando la caridad de todos los fieles con su ejemplo. ¿Qué sería del mundo y de la Iglesia sin la presencia bienhechora de cientos de miles de hombres y mujeres en los monasterios, en las escuelas y hospitales, en maternidades y ambulatorios, en las ciudades, pueblos y poblados, junto a marginados, enfermos, niños abandonados, ancianos sin esperanza?
Pidamos, pues, hoy a la Madre de Dios que siga intercediendo por los hombres y mujeres de la Vida Consagrada, para que “perseveren y aventajen” en su vocación, para “una más abundante santidad de la Iglesia y para mayor gloria de la Trinidad”.
+José María Yanguas,
Obispo de Cuenca