Mons. Jaume Pujol Cuando un domingo cae en la octava de Navidad, la Iglesia celebra en él la fiesta de la Sagrada Familia. Apenas acabamos de expresar nuestra alegría por el nacimiento de Jesucristo y ya tenemos prisa para situarlo en su primer marco histórico: el seno de una familia.
El papa Francisco, hablando de los planes divinos de redención de la humanidad, preguntó a su auditorio, refiriéndose al momento en que Dios envió su Hijo al mundo: «¿Dónde lo mandó? ¿A un palacio, a una ciudad, a levantar una empresa? ¡Lo mandó a una familia! Dios entró al mundo en una familia.» Una familia que tenía un taller en un pequeño pueblo y dispuso que estuviera allí durante treinta años.
La historia que estudiamos en el bachillerato habla de grandes personajes, guerras y conquistas, descubrimientos, hazañas de héroes… pero en los planes de Dios para la redención figuraba una familia que, aunque lejanamente fuera de la estirpe de David, había ido a menos, unos padres que no encuentran posada cuando el Hijo va a nacer, una familia de refugiados que deben abandonar su tierra y marchar a Egipto.
En el mundo de hoy la Sagrada Familia sigue siendo el modelo. No les faltaron problemas y privaciones, amenazas a la seguridad, un porvenir incierto. Pero aquellos padres tenían un tesoro, tenían a Jesús-Dios con ellos. Esta presencia hace que sea una comunidad de amor en su máxima expresión. Los trabajos humildes de José en su taller de carpintería y de María en las tareas propias de una mujer en el hogar, no carecen de importancia por el hecho de no ser socialmente relevantes. Es un modo de decirnos que cualquier pequeña acción que hagamos por amor a Dios y a los demás tiene un valor inapreciable.
Pasados treinta años, Jesús se lanza por los caminos de Palestina a anunciar el Reino de Dios, y forma una primera comunidad de discípulos, que se conocerán entre ellos y que compartirán los avatares de cada jornada. Es el embrión de lo que será la Iglesia, una familia de lazos espirituales. Así debemos considerar la Iglesia, en la que las parroquias son pequeñas comunidades cristianas, familias que se reúnen para rezar y celebrar el misterio eucarístico.
Recemos por nuestras familias, que nos acompañan desde el nacimiento hasta la muerte, y por esta gran familia espiritual a la que pertenecemos por el Bautismo.
+ Jaume Pujol Bacells
Arzobispo de Tarragona y primada