Mons. Carlos Escribano Aun no se han pagado los ecos de las intensas jornadas que tuvimos la oportunidad de vivir el tercer domingo de Adviento con la celebración de la Eucaristía de apertura de la Puerta Santa para el Año de la Misericordia y la entrega de la Luz de la Paz de Belén traída por los Scouts.
Quiero agradecer, de corazón, el trabajo de nuestras delegaciones y organismos diocesanos en estos días, haciendo posible que todo saliese muy bien; con belleza y cuidado, con profundidad y esmero, con generosidad y alegría. Muchas personas, jóvenes y mayores, sacerdotes, religiosos y seglares trabajando en comunión y con una gran vocación de servicio.
Mucha gente de Teruel y de algunos pueblos de la diócesis habéis podido participar en ambas celebraciones, que estoy seguro que nos han ayudado a tomar conciencia de la importancia de vivir este tiempo del Adviento acogiendo la Luz de la Paz de Belén y de introducirnos en este Año Santo al que nos convoca el Papa descubriendo la vital importancia del mismo.
Así de la mano del Adviento y del Año de la Misericordia, nos aprestamos a vivir el misterio de la Navidad. Nos acercaremos estos días con asombro a la gruta de Belén a contemplar el admirable acontecimiento de la presencia de Dios en la debilidad de un Niño. Pondremos nuestros ojos en Él sabiendo que su aparente fragilidad contiene la única fuerza capaz de trasformar el mundo: “Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), afirma por primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús”. Ese amor que se desvela en el Niño envuelto en pañales y que luego se prolonga en toda su vida, enseñándonos a amar de verdad: “Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión”. (Francisco, Misericordiae Vultus nº 8).
Ante la gran enseñanza que contiene la misericordia de Dios, me gustaría invitaros en estas fechas a dos acciones para vivir una Navidad más intensa:
En primer lugar, si os es posible, os animo a que llevéis la Luz de la Paz de Belén a vuestros hogares. Muchos la recogisteis ya el domingo de la entrega, pero sería bueno que le guardaseis un sitio especial en el belén de vuestra casa y, especialmente, en la cena de Nochebuena o en la comida de la Navidad. Que esa luz os anime a elevar una plegaria sencilla y agradecida al Padre Dios por el don de su Hijo Jesucristo que se hace uno de nosotros. Y también a vivir el 1 de Enero de un modo especial, pues ese día, Solemnidad de Santa María Madre de Dios, la iglesia celebra la jornada mundial de la Paz. La presencia de la Luz de la Paz de Belén os puede mover a elevar una plegaria al Príncipe de la Paz por la paz del mundo.
En segundo lugar, os animo también en estos días a recordar alguna de las obras de misericordia corporales y a ponerlas por obra. Llenos en el Hijo de la misericordia del Padre, debemos ser también nosotros misericordiosos con nuestros hermanos. Os recuerdo algunas que os pueden ayudar: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero o inmigrante, asistir a los enfermos o visitar a los presos. Que nuestra vida muestre a los demás la presencia entre nosotros de la Misericordia de Dios.
¡Muchas felicidades queridos hermanos! Os deseo de corazón una Santa Navidad.
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín