Mons. Vicente Jiménez Queridos diocesanos:
La solemnidad de Jesucristo Rey del Universo es la culminación del año litúrgico. La liturgia de la fiesta nos presenta a Cristo como centro del cosmos y de la historia: el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. El Concilio Vaticano II expresa magníficamente el sentido de la festividad en un texto fascinante de la Constitución Gaudium et Spes: “El Señor es el fin de la historia humana, ‘el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización’, el centro del género humano, la alegría de todos los corazones, la plenitud de sus aspiraciones” (GS 45).
El Evangelio de este domingo, tomado de San Juan, forma parte del juicio civil ante el gobernador romano, Poncio Pilato, representante de la autoridad imperial. El diálogo entre Pilato y Jesús alcanza su culmen en la confesión de la realeza de Cristo. “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
Rey misterioso
La confesión de Jesús despeja las posibles interpretaciones del Rey y del Reino. La realeza de Jesús se identifica con su persona y no con un “sistema; su Reino no es de este mundo. El testimonio de la verdad es la seña de identidad del Reino de Cristo. Él es, al mismo tiempo, el Reino y la Verdad. El Reino de Cristo es una alternativa al mundo en que vivimos. Su reinado es desde el servicio, no desde el poder; desde la humildad, no desde el éxito; desde la pobreza, no desde la riqueza.
El prefacio de la Misa de la solemnidad nos da la clave de interpretación de esta realeza misteriosa de Cristo: “Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida; el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.
Venga a nosotros tu Reino
En esta petición de la oración del Padrenuestro expresamos la tensión escatológica del tiempo presente, es decir, esperamos y pedimos al Padre que establezca su Reino por medio del retorno final de Cristo. Pero esta petición no distrae a la Iglesia y a los cristianos de su misión en el mundo, más bien nos compromete en la transformación del mismo. Como afirma el Concilio Vaticano II. “Quien con obediencia a Cristo busca ante todo el reino de Dios, encuentra en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a sus hermanos y para realizar la obra de la justicia bajo la inspiración de la caridad” (GS 72).
Todos los cristianos participamos del oficio real de Cristo y estamos llamados a servir al Reino y a difundirlo en la historia. Vivimos la realeza cristiana, mediante la lucha espiritual para vencer al pecado, y en la propia entrega de la vida, para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en todos los hombres, especialmente en los pobres.
En esta fiesta debemos dar gracias a Dios, porque por su infinita bondad nos ha llamado a pertenecer al Reino de su Hijo Jesucristo, al que confesamos como nuestro Rey y Señor, al que amamos, obedecemos y seguimos por encima de todos los señores y poderes de este mundo, viviendo la libertad de los hijos de Dios, en la firme esperanza y en el gozo de la eterna bienaventuranza.
Con mi afecto, gratitud y bendición,
+ Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo de Zaragoza