Mons. César Franco PINCELADAS. Todos los grandes amores se prueban en el sufrimiento. El dolor, mejor aún, la aceptación del dolor pertenece a lo más noble de la condición humana. Huir cuando llega el dolor es prueba de que no se ama. Por ello, cuando Santiago y Juan, apóstoles de Cristo, le piden sentarse a la derecha y a la izquierda en su Reino, Jesús les lanza este reto: «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Dicho de otro modo: ¿seréis capaces de morir conmigo y como yo?
El cristianismo cambia totalmente la perspectiva del amor mundano, que pone su centro en ser amado. Cristo define su vida en estas palabras que, según los estudiosos del Nuevo Testamento, fueron pronunciadas por él tal como suenan: «El Hijo de Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida en rescate por muchos» (Mc 10,45). Aquí está la clave del cristianismo. No hay otra.
El adjetivo «cristiano» aparece por primera vez en Antioquía donde los seguidores de Jesús comienzan a ser llamados así. Esto no significa que hasta entonces no existiera la conciencia de quién era un cristiano. «Cristiano viene de Cristo», dice san Agustín. Antes de que se acuñara el adjetivo «cristiano», aparecen expresiones en el Nuevo Testamento que expresan la pertenencia a Cristo de quienes le siguen: son «los suyos», los que «viven en Cristo», los que «están en él». El cristiano reconoce que toda su existencia depende de quien le amó y entregó la vida por él. Se explica así que Jesús no dé tanta importancia a sentarse a su derecha o a su izquierda en su reino cuanto a la disposición de pertenecerle totalmente asumiendo su propio destino.
En ese destino, la clave es servir y dar la vida como él. Jesús utiliza una metáfora que ilustra mucho lo que decimos. Pregunta a Santiago y Juan si son capaces de ser bautizados con el bautismo con que él será bautizado. El verbo griego de donde viene nuestro «bautizar», etimológicamente significa naufragar, hundirse en el mar, imagen que pasa a ser símbolo de la muerte. Es lo que ocurre en el bautismo cristiano: somos inmersos en la muerte de Cristo para nacer a una vida nueva. Se muere para vivir. Pero esto tan grandioso que ocurre en el rito bautismal hay que vivirlo día a día. Y esto sólo lo realiza el amor. Un amor capaz de dar la vida por los otros, es decir, de aceptar sufrir.
+ César Franco
Obispo de Segovia