Mons. Julián Barrio Cuando se está hablando tanto de la familia en medio de tantas expectativas puestas en el Sínodo de los Obispos, mi primer objetivo en este artículo es mostrar mi agradecimiento a la familia a la que tanto le debo y tanto le debemos. Defender la familia más que una obligación, es sobre todo una necesidad.
Escribe el papa Francisco que “la familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja”. Los desafíos con los que se encuentra la familia no son pocos. Una de las causas es el deterioro antropológico que estamos viviendo. Hay un proverbio que dice: “Si planificas por un año, siembra trigo; si planificas por una década, planta un árbol; si planificas por una vida, educa personas”. El hombre se encuentra situado entre el misterio de Dios y el instinto animal. Percibimos que el llegar a ser hombre depende no del propio sujeto sino de los demás.
Ahora cuando tantos niños, adolescentes y jóvenes están yendo a las parroquias para recibir una formación catequética, quiero subrayar la importancia de la labor educativa de la familia. Sé que no es fácil la tarea educativa familiar, acosada por otros factores, por otras instancias de la sociedad, que apenas le dejan realizar esa misión específica vivida dentro y desde la misma familia. Esta dificultad se agranda al tratar de formar personas conforme a los valores del Evangelio porque educar “no es una formación material o técnica sino un proyecto moral de conciencia a conciencia, de libertad a libertad, de destino a destino”. Es tratar de responder a tres preguntas fundamentales de las que se hace eco Cervantes en el Quijote: “¿Sé yo quién soy? ¿Sé yo qué puedo ser? ¿Sé yo de qué estoy necesitado?”.
Decía el papa Benedicto que educar hoy parece cada vez más difícil; por eso muchos padres de familia se sienten tentados a renunciar a la tarea que les corresponde. Pero no se puede dejar solos a los hijos ante los desafíos de la vida. La familia hoy por hoy, «es la institución que mayor acceso tiene a la intimidad personal del hombre lo que en términos de transmisión de cultura y valores significa que ella constituye el más convincente de los catecumenados”. La persona se logra cuando se siente amada y puede amar. Sólo quien ama, educa de verdad. En este horizonte la familia posee grandes posibilidades para educar en valores como el sentido religioso, la acogida, el respeto, la justicia, el diálogo, la gratuidad, la generosidad, la fidelidad, la capacidad de sacrificio, la comprensión, el amor solidario… La familia conforme al plan de Dios es escuela de humanidad y de vida cristiana. ¡Apreciemos, valoremos y amemos a la familia! Es la mejor defensa que podemos hacer de ella.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.