Mons. Vicente Jiménez Queridos diocesanos:
El día 12 de este mes de septiembre celebrábamos una vigilia de oración por la realidad de los refugiados y migrantes en la iglesia de San José de Pignatelli de los PP. Jesuitas de Zaragoza. Estuvo organizada por Cáritas, Delegación de Migraciones, CONFER, Manos Unidas, Sector de Acción Social de la Compañía de Jesús, Gesto Diocesano, Redes y otras entidades de acción social de nuestra Iglesia Diocesana de Zaragoza. La respuesta fue muy numerosa. Fue un momento fuerte de oración, reflexión y compromiso.
En esta breve carta pastoral me dirijo como pastor a todos los diocesanos para ofrecer unas orientaciones sobre el drama migratorio.
El fenómeno de los refugiados y migrantes es complejo. Es una realidad que impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional, ya que todo refugiado y migrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación.
El Papa Francisco va delante de nosotros y nos estimula en nuestro empeño no sólo con sus luminosas palabras, sino también con el ejemplo de su vida y sus gestos concretos. Fue muy significativo que una de sus primeras salidas del Vaticano fue para visitar la isla de Lampedusa, ese lugar que es el “icono” más expresivo de la tragedia de tantos emigrantes que pierden su vida en el mar y en los caminos.
Las costas del sur de España saben también de sus tragedias, donde van quedando enterradas tantas esperanzas, las esperanzas de los más pobres y sus luchas por la supervivencia. En un mundo rico como Europa, a pesar de la crisis, que se defiende impidiendo la entrada de los pobres, se necesitan, más que las “vallas”, la solidaridad, la justicia, la acogida, la fraternidad, la caridad y la comprensión.
No estamos sólo ante una crisis humana, sino ante la evidencia de un fracaso de las políticas europeas de migración y de cooperación, que han estado más preocupadas en cerrar fronteras a cualquier precio antes que ocuparse de la desesperada situación de miles de seres humanos o de la obligada protección de sus derechos humanos.
La Doctrina Social de la Iglesia, que nos recuerda los múltiples rostros de la emigración, refugiados, familias, menores, nos invita a ir más allá de una visión puramente economicista de la persona humana. “Se necesita – en palabras del Papa Francisco- , el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación – que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo” – a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor”.
Como Arzobispo de Zaragoza, desde esta carta pastoral, alzo la voz de pastor, y hago un llamamiento a todas las parroquias, comunidades religiosas, delegaciones, movimientos, asociaciones, grupos y personas de buena voluntad para implicarnos de forma activa ante esta situación, para que juntos exijamos unas políticas migratorias y de refugio más humanas, tanto dentro de España como de la Unión Europea. Es necesaria la movilización para que todos los responsables políticos ofrezcan una respuesta humanitaria generosa, que ponga la vida y la dignidad de las personas en el centro.
Queremos responder al llamamiento del Papa Francisco en el rezo del Ángelus del domingo, 6 de septiembre de 2015: “La misericordia de Dios viene reconocida a través de nuestras obras […] Ante la tragedia de decenas de miles de refugiados que huyen de la muerte por la guerra y el hambre, y que han emprendido una marcha movidos por la esperanza vital, el Evangelio nos llama a ser “próximos” a los más pequeños y abandonados y a darles una esperanza concreta”.
Urge, por tanto, poner en movimiento la inspiración evangélica de nuestro compromiso, que ante la gran pregunta: “Señor, ¿cuándo te vimos forastero y te acogimos?”, el Señor nos responde: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 31-46).
Con mi afecto y bendición,
+ Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo de Zaragoza